Golpe de Estado, septiembre, museos y reconciliación

El día de mi cumpleaños, una bala atravesó la ventana de mi departamento a la altura de mi cabeza. Se clavó en el tabique y la conservo conmigo. Nací el 11 de septiembre. Que le voy a hacer. Ya es inevitable. Mi cumpleaños al menos  me  sirve para mantener vigentes los recuerdos de brutales enseñanzas que el país no debe olvidar.

No son  para el Museo de la Bellas Artes, de un Chile que imita bien el Petit Palais pero no los droits de l’homme

En nuestra incultura, despectiva del valor de la experiencia para el buen futuro, seguimos escuchando: “hasta cuando hablan del Golpe del 73”. Yo respondo hasta siempre.

Solo cambiaremos el tono. Mientras los responsables no pidan perdón, manteniendo al país en tensa espera,  el tono será duro, exigente y de debate democrático. Cuando  los responsables  pidan perdón, entonces  el tono será de seria convivencia, en armonía democrática. Pero la memoria debe ser  para siempre.

Como por  ejemplo, los asesinatos políticos  de Manuel Rodríguez, Portales, Carrera, el general Schneider y aunque no es héroe patrio, Jaime Guzmán.

Memoria por el exilio de O’Higgins, la Guerra Civil del 91, Balmaceda, el Ariostazo, el Tacnazo y  el Golpe de la derecha política y  económica contra el Presidente Allende.

Diferenciando el recordar experiencias serenamente para mejorar el futuro, del mal uso de la memoria  para generar odio, rencor y daño.

Pero mientras la derecha no pida perdón por el Golpe y su dictadura, la memoria será un conflicto y no solo una enseñanza. No hay reconciliación sin arrepentimiento. ¡Qué crueldad que  los culpables nos pidan olvidar! 

Lo odioso es exigirle al país que se olvide.

Perdonar no es incompatible con la memoria. En lo personal, quiero perdonar pero nadie me pide perdón.

Si quieren que el país los perdone tendrán que pedirle perdón al país. Por escrito, en un acto público de la derecha arrepentida de lo que hizo. Y que no  encojan los hombros frente  a los militares presos, diciendo: “a los milicos se les pasó la mano”.

Eso es cobarde y cínico porque esa   política  aumenta tensiones y a veces odiosidades.

Patricio Melero me dijo que han pedido perdón por escrito ya hace años. Tiene razón Melero. Es sincero. Fue un esfuerzo, un pasito. Pero  el documento, además de sus insuficiencias,  no lo conoce nadie. Para los horrores públicos no se piden perdones privados. Menos cuando los efectos fueron de miedo, dolores y muertes que alteraron la convivencia nacional. El Golpe.

Esa mañana de 1973, la balacera bajo mi edificio era tan grande, que lo natural desde el piso 18 era asomarme a mirar. No lo hice. Fue la suerte, salía para la FECH. Yo era el Secretario General.

Al llegar, la Maggie me pidió mi carnet de militante de la JJCC y lo rompió. Había Golpe de Estado y nos iban a perseguir hasta la muerte si nos resistíamos.

El día 14 ya me reuní con Jaime Insunza para recomenzar. Resistimos  juntos en el  que fue mi Partido durante  17 años y en Chile. Deber cumplido. Terminada la tarea me fui del PC.

Este vivía la crisis más grande de su historia, a la que contribuí ganándome sus rencores. Desde esos años, la izquierda ha llenado bibliotecas reconociendo errores, con disculpas, renovaciones, autocríticas por el gobierno de la UP, abandona la revolución, busca regular el  capitalismo y la “osadía de la prudencia”.

Y con la caída del muro, la Perestroika y el desplome del socialismo, se sumaron excusas de las izquierdas internacionales por los  errores. Pero la derecha no hace lo suyo.

¿Entonces con quien nos reconciliamos? ¡La derecha debe pedir perdón público a las víctimas y al país!  Y si quieren, nos  recuerdan sus propios sufrimientos, personales e ideológicos.

Hasta hoy  reduce la memoria política, confundiéndola y provoca odiosidad evadiendo sus responsabilidades y en muchos casos, sus culpas.

El transformismo  filosófico de la derecha consiste en pasar de sujeto culpable a promotor del olvido, de actor y director político de la dictadura, a supuesta  víctima agredida por la verdad de la memoria.

Constructores del Golpe y gobernantes en dictadura, hoy esconden su pasado bajo la piel de oveja de exigir la reconciliación en vacío.

La mayoría de la derecha  no  lo hace por maldad sino por culpa, por miedo y los más jóvenes, espero,  por  vergüenza. También por oportunismo político.

Reconciliación, perdón convivencia son categorías sociales que descansan en la verdad y no en el vacío de la fraseología discursiva. Si no, se  daña la convivencia política y erosiona el sustrato social. 

Cada 11 de septiembre hay que salir  del museo e invitar a debatir con la memoria en la mano. Debatir, no combatir. Apreciar la experiencia histórica. Hacer pedagogía política.

Y convencer con todo su sentido etimológico es decir vencer-con. Con la verdad y con el otro.

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