Un ciudadano uruguayo judío fue asesinado el 9 de marzo último en la localidad uruguaya de Paysandú a manos de una persona convertida al Islam. Aun cuando está en desarrollo la investigación para determinar las causas del ataque, las primeras indagaciones parecen indicar que el móvil de la agresión fue de carácter religioso.
Este atentado fue hecho con un puñal y tiene las mismas características de los que enfrentan desde octubre decenas de civiles y militares, e incluso turistas extranjeros en Israel, estimulados por el odio irracional del radicalismo. Ese mismo odio fue el que volvió a estremecer al mundo este martes 22 en Bruselas, con sus efectos devastadores sobre la vida de decenas de personas inocentes.
Lo ocurrido en Uruguay es una situación lamentable, no solo por la pérdida de una vida humana y el dolor consecuente para la familia de la víctima, sino que para todos los países de la región, porque se trata de un hecho que deja en evidencia el riesgo al que están expuestas las naciones del continente debido al odio y la intolerancia religiosa o en contra de minorías.
A nivel local, la Comunidad Judía de Chile viene alertando hace bastante tiempo a las autoridades y a la ciudadanía de la amenaza que supone para nuestra sociedad la postura de algunos sectores minoritarios, que mediante un discurso agresivo y acciones hostiles buscan atizar el rechazo a determinados grupos, ya sea por su origen étnico, la religión que profesan, o su orientación sexual.
En nuestro país, la incitación al odio ha derivado muchas veces en ataques como el registrado en Uruguay hace pocos días. Uno de los casos más emblemáticos es el de Daniel Zamudio, quien fue asesinado hace cuatro años por ser homosexual. Se trata de situaciones que eran evitables, y por lo mismo requieren de un esfuerzo mayor para que no se repitan.
Quienes formamos parte de la comunidad judía en Chile conocemos muy de cerca los peligros que conlleva la promoción del odio y la intolerancia. Durante años hemos observado el intento de algunos sectores por caricaturizar el conflicto entre israelíes y palestinos en Medio Oriente, teniendo como consecuencia enervar las relaciones entre ambas comunidades, usando el maniqueísmo propio de la propaganda.
Por los lazos que unen a nuestros respectivos pueblos, es evidente que a ambas comunidades nos afecta directamente lo que sucede allá, especialmente cuando ocurren hechos de violencia. Son precisamente esas experiencias traumáticas las que debiesen servir como lección para no extender ese escenario a nuestro territorio.
Desde sus distintas plataformas, la Comunidad Judía de Chile ha asumido una actitud proactiva con el propósito de impulsar la paz y la coexistencia entre los dos pueblos, tanto en Medio Oriente como en Chile. Tenemos la convicción de que el respeto mutuo y una conducta conciliadora pueden contribuir a lograr ese objetivo.
Para que en Chile ni en ningún otro país de la región se repita un ataque como el ocurrido en Uruguay, resulta fundamental fortalecer una cultura contra el odio y la intolerancia.
Ello será posible en la medida que exista la voluntad por construir una sociedad donde se respeten los derechos esenciales de las personas –sin distinción- y se generen incentivos que promuevan la convivencia pacífica entre todos los miembros de la sociedad.
Uno de esos incentivos debe ser dotar al país de una legislación sólida que condene y sancione todo acto de incitación al odio que, comúnmente, va dirigida en contra de las minorías, sean estas religiosas, sexuales o étnicas. Es tiempo que la protección de la no discriminación tenga una señal mucho más clara de parte de nuestras autoridades.
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