Un refugiado, según definición de la Convención sobre el Estatuto de Refugiados de 1951, es una persona que "debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país".
Variados son los desgarradores testimonios en los últimos tiempos sobre cómo familias enteras han debido huir de la persecución y la guerra. Prueba de ello es la crisis de refugiados en curso que inquieta principalmente a Europa, pero de la cual nuestro país no está ajeno.
Según datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), nuestro país alberga a cerca de 5.000 refugiados y solicitantes de asilo, siendo la gran mayoría provenientes de países de América Latina y más del el 90% son colombianos, quienes han llegado a Chile en busca de una protección que no han encontrado en sus países de origen. Asimismo, hemos tenido experiencias, algunas exitosas y otras no, de programas de reasentamiento de centenares de refugiados afganos, yugoslavos y palestinos.
Respecto a este último grupo, personalmente me tocó un trabajo de acompañamiento muy de cerca, en lo que respecta a su integración y reasentamiento exitoso en el país. Su llegada a Chile fue considerado como un tercer exilio para los refugiados; pues sus familias fueron expulsadas en 1948, tras la creación de Israel en Territorio de Palestina, asentándose en ese entonces en Irak.
Sin embargo, tras la invasión estadounidense, fueron perseguidos y nuevamente quedaron desamparados, siendo esta vez desplazados hasta la frontera entre Siria e Irak y finalmente, tras un esfuerzo conjunto entre el Gobierno de Chile, la Vicaría Pastoral de la Iglesia Católica y ACNUR, se trabajó en un programa de reasentamiento, cuyas familias ya llevan 9 años en Chile.
Los refugiados llegan con múltiples complejidades pos traumáticas y no siempre manejan el idioma del país de acogida. Sin un apoyo adecuado, la inserción en las sociedades que los reciben, podría tornarse muy difícil. Siempre es necesario el apoyo de los gobiernos, la sociedad civil, el sector privado y otras instituciones a la hora de facilitar la integración de las personas refugiadas, educando también a la sociedad en la que se integran sobre quiénes son las personas refugiadas (valores, religión, cultura), qué buscan y por qué están aquí, con el fin de que sea un proceso de aprendizaje continuo entre los diferentes actores.
Como chilenos, debemos ser solidarios y empáticos con quienes reciben asilo en nuestro país, ya que no ha sido una elección voluntaria, sino que una necesidad de vida o muerte. Debemos ser hospitalarios y ofrecer el máximo de ayuda, para que en el marco, no solo desde la normativa vigente de la cual Chile es un Estado Parte, sino que también desde la dignidad humana, se garanticen sus derechos.
Por último, resulta siempre necesario recordar el Derecho a Retornar a sus hogares, para todos aquellos pueblos que han sido obligados a dejar sus casas y tierras, en concordancia así con lo que establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, entre otros cuerpos jurídicos, resoluciones de Naciones Unidas y Jurisprudencia internacional.
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