Una historia irónica de Navidad

A veces, la alta velocidad de la rutina, la caótica compra de regalos en los centros comerciales y el apuro por adornar el árbol navideño antes de que se aproxime la tan esperada fecha, no sólo logran dificultar nuestra reflexión interna y propia de estas celebraciones, sino que también logran alejarnos de los valores navideños por excelencia, aquellos valores que debiesen reinar en cualquier sociedad que busca la verdadera paz: me refiero a la empatía, la solidaridad, la defensa de quienes más sufren, la justicia y el amor por los demás.

Irónicamente, la ciudad palestina de  Belén, el lugar en donde nació Jesús, se ha visto olvidada por quienes dicen conservar estos valores, pero que en la práctica hacen caso omiso al sufrimiento de miles de palestinos que viven bajo ocupación militar israelí, quizás la más violenta de las ocupaciones que conozca la historia contemporánea, de aquellas que ya no deberían existir.

Irónicamente, estas mismas personas no alzan la voz cuando Israel anuncia la construcción de nuevos asentamientos ilegales y da muestras de querer continuar con su política de colonización de los Territorios Palestinos, obstaculizando, además, el libre goce de los derechos básicos de su población.

La ironía no sólo es eso, sino que también, miles de cristianos en Israel deban pedir un permiso especial para viajar libremente a Belén y celebrar -en la cuna del cristianismo- sus tradiciones religiosas.

La pérdida de libertad se acentúa para los palestinos de Cisjordania y se hace insostenible para los de Gaza. Cada vez más, los puestos de control limitan la vida cotidiana de los palestinos, quienes no cuentan con la libertad necesaria para poder elegir dónde pueden vivir, moverse y/o trabajar. Pero eso no es todo, porque la economía local se ha destruido a causa del régimen colonial israelí convirtiendo al tejido social palestino en insostenible.

Irónicamente, los guías turísticos palestinos de Belén, que conocen la historia de la cristiandad como a la palma de su mano, se han visto empobrecidos por los constantes hostigamientos y limitaciones en sus trabajos. Ahora esa labor le fue concedida a los guías israelíes, quienes cruzan con plena libertad a Cisjordania y disuaden a los turistas de dormir en hoteles palestinos, como si en estos últimos, se escondieran personas de la peor calaña.

La ciudad de Belén, actualmente, está cercada por un muro. Una gran construcción de cemento de 700 kilómetros de longitud y 8 metros de altura, que no por nada ha sido llamada “Muro de Anexión y del Apartheid”. Este mismo, ha protegido la expansión de los asentamientos, ha propiciado el robo de tierras agrícolas de los campesinos palestinos y ha separado a miles de familias.

En Palestina, una potencia ocupante niega la libertad de culto tanto a cristianos como musulmanes, prohibiendo, por ejemplo,  a un cristiano de Belén el ingreso a Jerusalén para rezar en la Iglesia del Santo Sepulcro o a un musulmán en la Mezquita de Al-Aqsa.

Esta Navidad no tiene nada de anormal. Luego de 67 años, es una Navidad más bajo ocupación.Una Navidad en donde 130 familias tendrán que llorar a sus jóvenes palestinos asesinados durante los últimos meses, una Navidad más en la que la mayoría de los cristianos en Palestina estarán encerrados en una cárcel a cielo abierto.

La que alguna vez fue una ciudad dinámica, abierta y multicultural, ha sido convertida por Israel en un gueto aislado, en donde la pobreza, las restricciones de movimiento y la desesperanza se han convertido en parte del paisaje habitual.

Claramente si Jesús hubiese nacido hoy, por el obstáculo del muro, tampoco quizás hubiese podido entrar a Palestina. Y si lo hubiese logrado, sería uno de los palestinos que, hoy en día, viven bajo ocupación y en la más completa represión.

¡Felices Fiestas!

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