El Museo de la Memoria ¿atrapados sin salida?

Al calificar al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos como “un montaje (…) y un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional” el nuevo ministro de las culturas ha ido demasiado lejos en su insensibilidad respecto de lo que es y representa un museo como el que critica. Ya habíamos visto a la anterior ministra Alejandra Pérez censurando y clausurando una exposición del Museo Histórico Nacional, así que puede no sorprender esta incomprensión del actual gobierno sobre lo que son estas instituciones. 

Un museo memorial de carácter público como lo es éste, forma parte de una política de Estado destinada reparar moral y simbólicamente a las víctimas de las violaciones sistemáticas y masivas de derechos humanos por parte de agentes del Estado.

Así lo recomendó el Informe Rettig, y así ha sido implementado y reconocido con el apoyo de todos los Presidentes de la República desde el retorno a la democracia, incluyendo al actual.

Su propósito fundamental es devolver la dignidad humana arrebatada a miles de personas que fueron detenidas ilegalmente, torturadas, asesinadas o hechas desaparecer de manera forzada, dentro y fuera de Chile, y que lejos de formar parte de una fuerza beligerante en 1973 la inmensa mayoría eran funcionarios de un gobierno legítimamente constituido o militantes de partidos legales.

Se ha dicho una y mil veces que nada justifica hoy ni justificaba ayer una represión que llegó a tal punto de ruptura de las normas más elementales de humanidad, moralidad y legalidad. 

Es cierto que el museo busca provocar (lo que parece molestar al ministro) una viva emoción en sus visitantes ya que muestra con sensibilidad una realidad trágica, pero también apoya con documentación oficial los relatos y testimonios, de manera que éstos queden enmarcados en un contexto que les dé credibilidad.

Lo que se busca es provocar una reacción moral frente a los atropellos de los derechos humanos y la violencia que, lejos de impedir pensar como señala el ministro Rojas, obliga a los visitantes a preguntarse cómo fue posible que en Chile ocurrieran estas cosas. 

La exposición del museo no busca explicar los procesos anteriores al Golpe de Estado de 1973, ya que según muchos, ello desviaría la atención sobre el hecho principal sobre el cual el museo quiere provocar la reacción moral y este es obviamente las prácticas criminales que sostuvo el régimen dictatorial. 

¿Quiere eso decir que no debemos buscar explicarnos porqué ocurrió esto en Chile? Por cierto que no, y el Museo de la Memoria puede perfectamente, como de hecho lo ha hecho, provocar y organizar debates y reflexiones en torno a nuestro pasado que sean comprensivos de un período más amplio que la dictadura.

El propio Informe Rettig dedica un completo capítulo al contexto político, capítulo que está expuesto en el Museo en el piso introductorio a la exposición.

No es crimen pedir que se trate el contexto de la crisis de 1973, lo ha pedido gente desde la izquierda como desde la derecha. De hecho, personalmente me parece necesario que a 45 años del golpe seamos capaces de hacerlo con la perspectiva necesaria, no para justificar atrocidades que no encontrarán justificación, sino para encontrar caminos que nos permitan comprender lo que pasó en el país, saliendo de lecturas maniqueas que sólo sirven para mantener vivos los conflictos de ayer. 

Sin embargo, afirmaciones como la del ministro Rojas radicalizan las posiciones e impiden que se escuchen las voces de quienes buscan caminos de comprensión de la experiencia en un marco de respeto a todas las víctimas. 

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