“Una nación más que la tierra, es misión que cumplir", decía el Padre Hurtado. Tomamos este desafío como lema de nuestro Mes de la Solidaridad 2016. No hay muchos países, si acaso hay otro, en que se destine un mes a reflexionar sobre este valor, y en que cada 18 de agosto, el o la Presidente de la República, deposite una rama de aromo sobre su tumba para expresar una deuda de justicia con su pueblo.
Hoy existe en nuestro país una brecha impresentable entre la vida de los que pertenecemos a las llamadas élites y la vida de casi cinco millones de personas que viven en pobreza. Es una desconexión cotidiana tan profunda que impide imaginarnos qué significa esperar seis meses para una examen de urgencia, o que es tener que vivir con una pensión de 90.000 mensuales o alimentar una familia con un salario mínimo. Simplemente muchos no lo sabemos. "El que no lo ha sufrido no lo sabe" decía el P. Hurtado.
La solidaridad nos ayuda justamente a conocer. Es el alma de la justicia porque nos quita la venda y pone en nosotros la lucidez respecto a cómo nuestras acciones u omisiones condenan o dignifican a otros. El que cultiva la solidaridad ya no le puede hacer la desconocida a algún "cualquiera" porque lo ha descubierto como un hermano que nunca había visto, como uno que es plenamente su semejante.
Así la solidaridad hace que la justicia no sea meramente legal o contractual, sino que repare el daño que engendran las violencias, redistribuya las cargas para dar más a quién más ayuda requiere, re ordene la convivencia para hacer viable un bien común.
"El primer elemento para centrar la vida es ver. Y casi anterior a éste es querer ver" nos recordaba este sacerdote Padre de la Patria. Lo aprendió de su maestro Jesús. Cuando uno se ha puesto en los zapatos del preso, del viejo, de la mujer violentada, del niño echado, de la joven hecha pasta, del vecino con discapacidad, uno está dispuesto a perder algo por desclavar a Cristo de la cruz. Está disponible a renunciar a algo por remediar un sufrimiento injusto que sí es remediable: está libre para dejar una comodidad, un privilegio o la asimetría del poder.
En este mes rompamos algunos pactos de egoísmo que hoy son transversales. Hagamos que lo transversal sea el tratarnos como genuinamente iguales en los más básicos estándares de dignidad.
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