El compromiso del Estado por la niñez debe expresarse en políticas públicas integrales, que no sólo aborden sus necesidades básicas, sino también emocionales, sociales y afectivas. En eso consiste el pleno ejercicio de sus derechos. Hoy, ante la incertidumbre y angustia que provoca la pandemia COVID-19, este compromiso está puesto nuevamente a prueba.
En gran parte de la discusión, nacional e internacional, la niñez no constituye para la pandemia un grupo de interés, como sí lo es la población de mayor edad y/o inmunodeprimida. A niños y niñas se les identifica más bien como "vectores de contagio", es decir, quienes pueden contraer la enfermedad sin reacciones sintomáticas graves y, por tanto, en la interacción con otros pueden contribuir a la expansión del virus.
Así, hace ya dos meses, Chile cerró los establecimientos educacionales, incluidos los jardines infantiles y salas cuna, dejando a los niños y niñas confinados en sus hogares, al cuidado de adultos altamente exigidos porque realizan trabajo desde la casa o, muchos, que han pasado a aumentar las cifras de cesantía. En este contexto, niños y niñas están doblemente invisibilizados: al desinterés de siempre se suma que han quedado en un espacio de pausa y de espera ante las preocupaciones urgentes.
La primera infancia que asistía a jardines o salas cuna, hoy permanece con la persona que, mal o bien, puede asumir su cuidado, con o sin apoyo de otros.
Quienes tienen la posibilidad, reciben orientaciones a distancia de educación parvularia, otros ni siquiera eso.
Niños y niñas en edad escolar, los que tienen acceso a Internet, se conectan cada día con su unidad educativa, para seguir clases y realizar las tareas que se les indican. Otros, en algunos casos, de zonas rurales, por ejemplo, reciben guías de trabajo en papel.
Pero ya no pueden salir a jugar a parques, plazas, barrio, con otros niños; ni salir de casa para ir a un establecimiento de educación; ni abrazar a personas queridas que viven en otro hogar.
Y deben permanecer en espacios cerrados, muchas veces estrechos. ¿Se piensa en cómo perciben y viven esos niños y niñas la realidad actual?
¿Hay preocupación por escuchar y atender sus emociones?
Más bien parece asomar nuevamente el riesgo de continuar postergando a la primera infancia, olvidando que constituye un período crítico del desarrollo, en que las experiencias significativas quedaran grabadas a nivel neuronal, más aún aquellas traumáticas, que pueden incluso llegar a frenar este desarrollo.
¿No es entonces también una urgencia resguardar el bienestar físico y emocional de niñas y niños?
Es notable el ejemplo de la líder finlandesa explicando por televisión a niños y niñas los problemas que podría tener el conejito de pascua para llevarles huevos de chocolate y asegurándoles que ella lo apoyaría.
Esa es la idea, aminorar el miedo, la ansiedad, la posibilidad cierta de ser maltratados por adultos angustiados. Y dar a las familias los apoyos concretos para que puedan ejercer de buena forma el cuidado, con actividad física, alimentación nutritiva, estimulación de la imaginación y expresión de las emociones.
¿A alguien le podría parecer normal ver a un niño o niña que no se mueve o que no ríe?
Se requieren urgentes acciones para que los niños y niñas puedan ser cuidados de acuerdo a sus necesidades, privilegiando medidas que aminoren el estress para sus familias, propiciando así un cuidado que tenga el tiempo y las posibilidades de generar espacios de juego, de cariño, de alegría, para pasar juntos este período tan difícil que nos afecta a todos.
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