Estimados congéneres. Según el ministerio de la Mujer, las llamadas al fono de ayuda 1455, dispuesto para que las mujeres pidan ayuda por estar siendo violentadas por hombres, aumentaron en un 70% durante la pandemia.
La imagen es horrorosa, una pandemia dentro la pandemia, que nos habla de gritos de auxilio ahogados por la distancia social. Cualquiera de esas mujeres pudo ser nuestra madre, pareja, hija… Lo digo por si no nos conmueve el dolor ajeno.
Yo sé que cuando los hombres hablamos de estos temas es complicado. Primero, porque pecamos de “lavado de imagen”, ya que nos hemos beneficiado por años de estructuras legales y culturales que nos benefician. Segundo, porque las mujeres quieren liderar ellas mismas esta gesta.
Así que en vez de tomar la bandera y ser vanguardia, rol que juegan “ellas”, me parece oportuno que los hombres hablemos con franqueza, entre nosotros, de nuestro rol en la agenda de género.
La violencia contra las mujeres, ¿se explica por unos pocos individuos violentos? ¿Seguiremos con la añeja “explicación” que es por efectos del alcohol, consumo ahora exacerbado por el confinamiento?
Mi impresión es que nuestra violencia se desata, entre otras cosas, cuando se nos sale de control algo que toca nuestra identidad. La respuesta violenta de muchos “hombres”, como explica el experto español Miguel Llorente, expresa una suerte de incapacidad de aceptar un cambio de roles que cuestiona profundamente creencias muy enraizadas y, de paso, la propia identidad masculina tejida durante siglos, el hombre pone las reglas, la mujer las acata.
Así, no es raro que la violencia de género no disminuya (el 2019 tuvimos el segundo mayor número de feminicidios de toda la década) en un período en que muchas mujeres han decidido no aceptar tratos que antes se normalizaban. Probablemente hay una mayor sanción social que antes a la violencia de género, pero también hay un número mayor de hombres enfrentados a un cambio que los estremece al punto de sólo ser capaz de responder con violencia.
Esta misma lógica nos permite explicar tantas de nuestras actitudes masculinas cotidianas, que ni siquiera percibimos, expresadas en nuestro lenguaje, nuestro humor, nuestra sutil manera de coartar liderazgos femeninos o de minimizar sus opiniones especialmente en el ámbito del trabajo y en el de la gestión pública.
Es que, seamos sinceros, a veces las cosas parecen cambiar para que nada cambie. Yo he escuchado el siguiente comentario masculino: “se nos han disparado las denuncias de mujeres por abuso o maltrato… parece que es mejor tener menos mujeres, sobre todo en cargos directivos, porque cuando llegan al poder son implacables con el tema”.
La pregunta que debemos enfrentar con franqueza los hombres es, ¿me interesa aportar lo mío para superar una cultura patriarcal? ¿O más bien debo aparentar ese interés para evitar un castigo social?
Cada uno de nosotros tendrá su propia respuesta, pero me atrevo a proponer que nosotros también necesitamos de ese cambio de cultura con urgencia. Que los avances en la agenda de género nos traen a nosotros una enorme liberación.
La liberación de un mundo en el que predomina la ley del más fuerte, ¡esa que tantas veces nos golpea a nosotros!
La liberación de un modelo de persona limitada a cuatro o cinco rasgos básicos que nos minimizan: la competencia, la dureza, la autoridad basada en el miedo y en la dominación, la autocensura a la expresión de sentimientos como la tristeza y el temor.
Tal vez llegó el momento de organizar “conversaciones de hombres” en las que, en vez de hablar “de mujeres”, éxitos y batallas, podamos compartir nuestro anhelo profundo de sacarnos un traje pesado y anquilosado de encima, y atrevernos a dejar de vivir a la persona que realmente somos detrás de ese personaje que por tanto tiempo nos mantuvo sometidos.
Si no hemos sido capaces de hacerlo por ellas, por un mínimo anhelo de vivir en una sociedad mejor, ¿lo haremos por nosotros mismos?
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