Para todos son conocidas las desconsoladoras cifras dadas a conocer por la Encuesta de Caracterización Económica (Casen) 2020. Por primera vez en 20 años, el índice de pobreza subió en nuestro país, llegando a 10,8% de la población, equivalente a 2 millones 100 mil personas. El factor principal de este indicador es la pandemia y sus estragos en la economía, empleo, empresas y salud de los chilenos.
En la anterior versión del estudio, realizada en 2017, se obtuvo una disminución del índice y la pobreza se situó en 8,6%. Además, la pobreza extrema se incrementó del 2,3% en 2017 a 4,3 % en 2020, lo que significa que 830 mil personas en nuestro país ganan menos de $116 mil mensuales.
Las dramáticas cifras que ha provocado el Covid-19 en nuestro país han generado reacciones en todos los sectores de la sociedad y nadie puede quedar indiferente con estos números. Más allá de las ayudas del Gobierno a nivel de ayuda del Estado y bonos como el IFE Universal, y tantos otros que se han entregado durante la crisis sanitaria, la solución a este problema no son los subsidios estatales o un cuarto 10% de la AFP, que, si bien han permitido paliar en cierta medida las necesidades de millones de familias que están viviendo "al tres y al cuatro", no representan una respuesta sostenible en el largo plazo.
La única manera de superar esta grave situación es reactivando la economía y el empleo a través de diferentes mecanismos y focos. Primero que todo hay que dar más herramientas para el empleo femenino, debido a que un año de pandemia ha representado 10 años de retroceso para las mujeres en el mercado laboral nacional. La crisis sanitaria ha profundizado aún más las diferencias de género que ya eran abismantes pre Covid. En Chile, la fuerza laboral femenina se redujo a 41%, mientras que las horas de trabajo no remunerado aumentaron.
Según la encuesta de ONU Mujeres y el Centro de Estudios Longitudinales de la Universidad Católica, las mujeres han visto aumentada la cantidad de tiempo que deben dedicar al cuidado de otras personas en nueve horas. Ese número sube, en comparación con el tiempo que los hombres dedican a ello, a 14 horas extras de trabajo doméstico no remunerado.
Para promover el trabajo femenino necesitamos, por ejemplo, crear subsidios o incentivos para su contratación sobre todo a las más vulnerables; seguir potenciado las salas cunas en las empresas con ayuda del Estado (cuando estén las condiciones sanitarias para su apertura); y generando cambios a nivel cultural y social para superar desigualdades en relación con el cuidado de los hijos e ir más allá de la corresponsabilidad para lograr una sociedad que permita una repartición equitativa de estas funciones y otras como el trabajo doméstico.
En tanto a políticas de Gobierno, todos los esfuerzos y política sociales deben centrarse en la generación de empleo para que las personas puedan mejorar sus ingresos. Además, se debe seguir entregando subsidios al empleo en sus distintas líneas y ayuda a todas las pymes que han seguido con sus trabajadores contratados durante la crisis sanitaria.
Debemos promover la flexibilidad laboral, perfeccionar el teletrabajo o trabajo a distancia, aumentar la capacitación de las personas, incluso cuando ellas están desempleadas, ya que a través de esta formación y perfeccionamiento laboral les entregamos más herramientas para encontrar un trabajo y preparamos para enfrentar desafíos como la automatización o Cuarta Revolución Industrial.
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