De acuerdo a estimaciones recientes del Banco Mundial, acabar con la brecha de género en el planeta podría significar el ingreso de US$160 billones a la economía global. Es una cifra que cuesta dimensionar rápidamente, pero que sin duda resolvería mucha de la desigualdad que hoy enfrentamos como sociedad.
Ahora bien, reconociendo la importancia de estos números, tenemos que ser capaces de incluirlos en nuestra ecuación de una manera inteligente y no puramente aritmética o circunstancial.
Pensemos, por ejemplo, en aquellas madres que, producto de esta brecha de género, son impedidas de trabajar. Ya sea porque aún existe ese pensamiento en el inconsciente colectivo sobre la desigualdad en las capacidades entre hombres y mujeres o porque no existe la infraestructura adecuada a nivel empresarial para incorporarlas al mundo del trabajo de forma efectiva, ¿cómo estamos enfrentando este desafío?
La investigación desarrollada por el Banco Mundial concluyó, también, que las 141 naciones estudiadas están perdiendo 14% de su riqueza producto de esta inequidad de acceso.
Ahora, miremos a nuestro país. Según la última encuesta CASEN, de cada 10 chilenos que no reciben ingresos, 7 son mujeres. Es decir, se trata del 70% de personas que, producto de la existencia de esta brecha, podrían estar en condiciones de trabajar y acceder a una mejor calidad de vida.
Aún más, las mujeres ocupan sólo un tercio de las matrículas en las carreras con mayores salarios. ¿Qué estamos haciendo mal como país para aún no hacernos cargo de estas duras cifras?
Estos datos nos muestran que la desigualdad de género es mucho más profunda y que el acceso se encuentra limitado en diferentes niveles: laborales, académicos y, desde luego, de derechos sociales.
En un mundo que clama por una integración y un fin a estas diferencias, debemos ser capaces de abrir espacios y crear las condiciones que permitan un acceso igualitario y protegido a las mujeres en todas estas áreas.
También, que se den las condiciones para beneficiarnos con sus talentos y aportes de forma transversal. Sólo así podremos materializar una sociedad más inclusiva e igualitaria con la que soñamos.
En la medida que actuamos para acabar con esta brecha, se genera un círculo virtuoso en donde las niñas, mujeres, sus familias y su entorno alcanzan una mejor calidad de vida y erradicamos flagelos que nos afectan a nivel mundial como la pobreza o la falta de acceso a la mismas oportunidades, aún existentes en países en donde estas diferencias son aún más marcadas.
Aquí no hablamos sólo de Chile ni tampoco desconocemos la problemática actual que enfrentamos como país, sino que, desde una visión más global, de una realidad que debemos seguir trabajando en todo el planeta.
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