Hace ya más de diez años que el país ha sido azotado por un efecto climático conocido como escasez hídrica, el cual, entre todas sus repercusiones, ha afectado tremendamente al sector económico, especialmente el ligado a la agricultura, fuente importante de generación de empleos en muchas zonas de Chile.
Generalmente la falta o escasez de recursos hídricos ha sido vista como una problemática, a la que poco a poco nos hemos logrado acomodar, pero según mi punto de vista, deberíamos tomar esto como una condición que nos ayuda para el desarrollo, verlo como una oportunidad que nos permite seguir potenciando el avance económico y rural del país, especialmente a su zona centro-norte.
Una de las regiones de Chile que más se ha visto afectada por el fenómeno de la escasez hídrica es la de Coquimbo, donde una buena parte de su territorio tiene potencial agrícola. La aridez y semi aridez que hay en esta parte del país denominada también como “norte chico”, se puede mirar desde dos perspectivas.
Una es la histórica, aquella que la asume como una desventaja, ve este clima especial como una limitante, un factor de impedimento para potenciar las actividades económicas normales en el territorio.
La segunda visión apunta a que todos sus habitantes deberíamos empezar a entender esto como una condición permanente, lo cual más bien nos llena de oportunidades más que de problemas y limitantes.
Podemos tomar los ejemplos concretos de países como Holanda, Israel y Australia, los que efectivamente han tomado sus condiciones extremas para impulsar su desarrollo tecnológico, de investigación, ciencia y, por lo tanto, del país en general, desde la perspectiva del manejo de los recursos hídricos.
En el caso de Holanda, en el concierto mundial de la gestión de recursos hídricos se ha convertido en un país respetado por su conocimiento, sus capacidades, su avance industrial y adelantos agrícolas bajo la condición de contar con un exceso de humedad y balances hídricos positivos.
En el otro extremo tenemos a Israel, que siempre ha sido mirado por los países áridos como una suerte de ejemplo tecnológico en el desarrollo de las distintas actividades económicas asociadas a la escasez hídrica, lo que genera la doble lectura de que en esta condición también hay oportunidades que permiten a los territorios desarrollarse, producto del crecimiento económico, el empleo y la riqueza a partir de su propia condición.
En el fondo, esto es lo que genera que a un país como Israel la escasez hídrica lo haga reaccionar de manera positiva y lo incentive a generar estrategias en las cuales se incorpore esta situación como una condicionante de las acciones para todos sus habitantes, lo mismo que Australia, en que su tremendo territorio árido fue tomado como una oportunidad, donde ya no se esperan los momentos lluviosos para su desarrollo, sino que lo piensan en condiciones de menor precipitación, generando conocimiento, tecnologías y valor agregado para la explotación del territorio con esa perspectiva y no con la de estar esperando a que llueva para producir.
En Chile ya estamos avanzando en modificar nuestra visión y conducta, y es hacia allá donde debemos apuntar, a un desarrollo donde no veamos la escasez hídrica como un problema, sino como una condición que nos abra las puertas a un progreso armónico.
Veamos la agricultura como una cadena de oportunidades, no como un escenario donde vamos a cultivar, luego cosechar y vender, porque también existe un entorno al cual debemos darle mayor valor agregado, una cadena que nos puede impulsar aún más, siempre y cuando tomemos la escasez hídrica como una oportunidad, no como una problemática.
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