Cada vez más líderes de negocios han entendido que una estrategia de sostenibilidad robusta no sólo ayuda a resolver los urgentes desafíos ambientales y sociales del mundo, sino que también permite construir negocios más robustos.
Según NielsenIQ, hoy casi la mitad (48%) de los consumidores en Estados Unidos se declara dispuesto a cambiar sus hábitos de consumo para reducir su impacto en el medioambiente. Se estima que el mercado de productos de consumo sostenibles está creciendo cuatro veces más rápido que el de aquellos convencionales, alcanzando ya el 25% del mercado.
Igualmente, cada vez es mayor la evidencia de que las empresas que han optado por fortalecer sus estándares medioambientales, sociales y de gobierno corporativo están logrando rentabilidades superiores para sus accionistas. Y los inversionistas están tomando nota de esto en sus decisiones de inversión.
Por esto, muchas compañías han decidido declarar metas de sostenibilidad ambiciosas para dar un sentido de urgencia y comunicar su determinación. Por ejemplo, han definido objetivos de descarbonización de sus operaciones, limitación al uso de recursos hídricos, trazabilidad de insumos, reducción y reciclaje de desechos y medidas de inclusión, entre otras.
Pero en la actualidad muchas de estas metas se están viendo desafiadas por factores exógenos, difíciles de predecir. Por un lado, la crisis hídrica que está enfrentando Chile obligó a cuestionar el cierre de centrales a carbón e, incluso, plantear su reapertura.
Por otra parte, muy pocos anticiparon la magnitud de la pandemia del coronavirus y sus brutales efectos en las cadenas de suministros, en los cambios de hábitos de los consumidores y trabajadores, en los equilibrios macroeconómicos y en las políticas fiscales y monetarias de todos los países del mundo.
Los efectos devastadores de la pandemia nos han recordado con crudeza que la "triple línea base" de la sostenibilidad tiene también una dimensión económica, y hemos visto con estupor cómo miles de empresas han debido enfrentar duras reestructuraciones o incluso cerrar, al no ser capaces de financiar sus operaciones o lograr la rentabilidad requerida para el capital.
Es precisamente en estos momentos complejos cuando el avance hacia los objetivos de sostenibilidad se hace más lento e impredecible, en que el rol de los líderes se hace más crítico. Un buen liderazgo es clave para reafirmar el sentido de propósito más allá de las metas, con el fin de buscar y materializar distintas alternativas que permitan ajustar el curso y continuar avanzando, y lograr compromisos con los distintos stakeholders de la empresa, basados en la confianza mutua construida a través de los años. Más que nunca, en tiempos complejos no hay receta que reemplace a un buen liderazgo.
El camino de la sostenibilidad es difícil, y nadie dijo que iba a estar exento de errores, retrasos, pasos en falso o problemas. Pero es un camino que vale la pena seguir recorriendo. Y, para lograr el éxito, será clave tener mejores empresas, comprometidas con su propósito, y mejores liderazgos, que promuevan la flexibilidad y movilicen recursos para anticipar soluciones y adaptar las estrategias a las cambiantes condiciones del entorno.
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