Por una economía plural

¿Salir del capitalismo? Esa es la consigna de muchos sectores progresistas, en Chile y en el mundo. Sin embargo, es necesario decir con claridad que a estas alturas dicha tesis está desenfocada. Al plantear falsos dilemas, se produce una gran confusión conceptual, se generan conflictos dentro de estos mismos sectores progresistas… y finalmente se pierden las elecciones.  Eso es lo que está detrás del desgaste de la actual coalición de gobierno (además de otros factores, por supuesto).

Hay que subir por lo tanto al ámbito de la teoría. Y la verdad, estamos huérfanos de ideas. Se habla mucho de la necesidad de encontrar un nuevo paradigma para pensar a la sociedad contemporánea, pero tenemos poco en las manos. Con modestia, planteamos algunas pistas que quizás sugieran nuevos caminos.

El problema de fondo lo identificó en su momento Adam Smith con su famosa mano invisible, a lo que le han seguido otros pensadores, tales como Marx o Friedman: cómo coordinar las decisiones de centenas de millones de agentes económicos - yo, usted, el campesino de Atacama, el microempresario de Beijing  o el CEO de Apple - sin tener que preguntarse permanentemente lo que piensan los otros acerca de lo que yo estoy haciendo, y lo que piensa un tercero acerca de lo que están haciendo los otros, y así sucesivamente, siguiendo estos encadenamientos al infinito.

Un autor sistémico, Jean Pierre Dupuy, utiliza el concepto de especularidad para referirse a este movimiento de espejos: cada uno piensa en lo que el otro está pensado acerca de lo que uno está pensando. ¿Cómo cortar esta dinámica infinita? El mercado es la forma social que mejor resuelve este problema, a lo que se suma la gestión del futuro. 

Cada uno se reporta no a lo que piensan los otros sino a lo que en teoría sistémica se denomina variables de inter fase, esto es, las variables que rompen el face to face especular y que todos toman por puntos de referencia fijos: los precios y el futuro.

En su libro La Libertad de Elegir, Friedman señala: “Los precios que emergen de las transacciones voluntarias entre compradores y vendedores - en simple, el mercado libre- son capaces de coordinar la actividad de millones de personas, en donde cada una sólo conoce su propio interés, de tal suerte que la situación de todos se encuentra por ello mejorada (…). El sistema de precios cumple esta tarea sin necesidad de apelar a una dirección central, y sin que sea necesario que las personas hablen o se quieran entre sí”.

En un punto Friedman tiene razón: está ya comprobado que la dirección central, el Gosplan soviético, es incapaz de realizar esta función. La experiencia de los socialismos reales es elocuente sobre esta materia y no vale la pena insistir sobre esto. Los precios se forman espontáneamente – mecánicamente - y con ello sirven de guía a los agentes de la economía.

Sin embargo, plantea Dupuy, es sugerente la negativa de Friedman de visualizar las posibilidades de coordinación basados en el diálogo entre personas y en el afecto mutuo. Esta ausencia explica los múltiples efectos perversos del modelo neoliberal. 

Pero tal como Marx pensó su época a partir del paradigma basado en la mecánica de Newton, ya sobrepasado, Friedman pensó la suya con los datos que estaban a su disposición, sin visualizar las posibilidades que podría brindar Internet y la teoría de sistemas vinculada a la biología moderna para facilitar la comunicación entre los agentes económicos.

Sucede que los agentes no se hablan entre sí y tienen que arreglárselas en medio de una incertidumbre total. ¿Cómo reducir esta incertidumbre? En su libro El Futuro de la Economía, Dupuy señala: a través de los precios y a través de la gestión del futuro.

La economía colaborativa puede facilitar la comunicación entre agentes, en la medida en que se introduce una enorme dosis de inteligencia en el sistema.

La economía colaborativa no elimina los precios, sino que los depura, los hace más transparentes.

Además de una mejor asignación de los recursos (colaboración, uso en común), Internet hace que el mercado se exprese con más precisión: democratiza y horizontaliza las relaciones entre agentes, permite conversaciones entre ellos. Un caso de referencia son las distintas tarifas de Uber durante el día, que reflejan las verdaderas condiciones del mercado en un momento dado, gracias a la sistematización de las interacciones entre los agentes.

Por otra parte, la teoría de sistemas sociales señala que una de las características de las sociedades contemporáneas es su continua diferenciación. La existencia de sistemas que generan nuevos sistemas abre espacios para la planificación participativa, como herramienta para generar un futuro concertado. Esta dinámica permite crear sentido para las personas, y al mismo tiempo, desarrollar relaciones de reciprocidad.

Frente a la creciente racionalización de nuestra sociedad, el desafío es fortalecer a las comunidades existentes (o si se quiere, a los sistemas sociales), en donde las personas se adscriben a un proyecto colectivo que va más allá de su propio yo. Se trata, en definitiva, de crear un sistema en donde se concilien adecuadamente los intereses privados, cuya sanción es la ganancia, con los intereses colectivos, que no son medidos según la lógica del mercado. 

Esta misma dinámica de participación permite generar dinámicas de reciprocidad, otro vector que puede contribuir a una verdadera transformación social. Desde una perspectiva antropológica, Mauss, Polanyi y Ostrom han cuestionado la tesis de que los hombres por naturaleza no son más que mercaderes, como lo sostienen la mayor parte de los economistas, y que el mundo está gobernado por las leyes supuestamente naturales del mercado, en donde la búsqueda del interés particular, incluso sin que se quiera, produce la armonía social, a través de la mano invisible de Adam Smith.

El principio de reciprocidad corresponde a un acto reflexivo entre sujetos, a una relación intersubjetiva que no es equivalente al intercambio, pues va más allá de una simple permuta de objetos. El principio de reciprocidad no privilegia la satisfacción de intereses materiales privados, sino que busca establecer un lazo social. Según Mauss, es a partir de la triple obligación - dar, recibir, volver a dar - que los hombres transforman a los enemigos en amigos, tejen alianzas durables, inician una historia común.

Esta perspectiva abre el espacio necesario para promover el surgimiento de una economía plural, en donde además del sector público y del sector privado, emerja un sector de empresas y actores sociales pertenecientes a lo que se ha dado en llamar una economía solidaria.

La razón de ser de este tercer sector es hacerse cargo de las actividades no rentables en términos de mercado, que tampoco son enfrentadas con eficiencia por el sector público: gestión de cooperativas de producción, promoción de circuitos cortos de comercialización, preservación del medio ambiente, prestación de servicios comunitarios, asistencia a personas en dificultad, entre otras. La constitución de un fuerte sector de economía solidaria, trabajando en red con un Estado eficaz y proactivo junto a empresas capitalistas responsables, permitirá avanzar hacia una nueva sociedad, más inclusiva y más amable.

Sólo un enfoque de este tipo será capaz de validar un enfoque dinámico y realista de la desigualdad, evitando por una parte los excesos del igualitarismo, y por otra, la injusticia de las desigualdades abusivas, que son cada vez menos tolerables en las sociedades contemporáneas.

Auto-organización, economía colaborativa, planificación participativa para anticipar el futuro, reciprocidad, economía plural: todos estos nuevos conceptos pueden generar un nuevo escenario ético y cultural.

El mercado seguirá existiendo, pero combinado con otras lógicas sociales. Es claro que la realidad de hoy nos obliga a reinventarnos, apelando a nuevos conceptos que ya están disponibles para hacer posible una transformación de nuestra sociedad.

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