En su célebre obra “El Arte de la Guerra”, el general chino y estratega militar Sun Tzu escribía hace más de 2500 años: “la guerra se basa en el engaño (…) cuando es capaz de atacar, aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, hacerle creer que está lejos (…), golpear al enemigo cuando está desordenado…”.
No pude dejar de recordar esta cita al intentar analizar los más que alarmantes datos del ministerio de Salud, respecto al aumento de un 96% de los contagios de VIH en 7 años, y con estimaciones de entre 70 mil (ONU Sida) y 100 mil portadores en el país (Minsal).
Siguiendo los conceptos tácticos de Sun Tzu, y si pudiéramos pensar en el VIH como un ejército enemigo, podríamos afirmar que como sus adversarios hemos caído en el engaño de su inocuidad y estamos perdiendo claramente la batalla contra la propagación del virus.
Desde la masiva paranoia en la década del 80, en la que se cayó incluso en la estigmatización de grupos de riesgo como la población homosexual, hemos pasado a una peligrosa pasividad y falsa seguridad a la que contribuyó, paradójicamente, la introducción de la triterapia que mantiene a raya de manera crónica a la enfermedad.
Sin embargo, las cifras dadas a conocer recientemente, con rectificación a la baja por parte del ministro de Salud incluida, revelan un promedio de mortalidad mayor incluso al que existía en 2005, con 2,9 fallecidos por cada 100 mil habitantes.
La relajación en las medidas preventivas, en el uso del condón, y la casi inexistencia de campañas efectivas ha golpeado especialmente a los jóvenes menores de 30 años, que concentran cerca del 50% del aumento de contagios.
Si a esto último se suma que estudios previos de la cartera de salud ubica con las más altas tasas de infección a Tarapacá, superada solo por Arica y Parinacota, se entenderá el interés y más aún, la profunda responsabilidad de contribuir en este tema que sentimos como universidad estatal y regional.
Particularmente cuando tenemos la convicción de que los esfuerzos en esta materia debiesen pasar con urgencia desde el actual enfoque centrado casi exclusivamente en el tratamiento, a una política pública que ponga el acento en la detección temprana y la prevención, con un fuerte componente de diálogo entre Salud y Educación.
Se necesita una mirada educativa y preventiva sin prejuicios, orientada a resolver lo que es en primer lugar un problema de salud pública, abordar la coyuntura, pero proyectar a la vez una articulación de largo plazo entre lo público y lo privado.
Es perentorio articular acciones desde el hogar y la escuela (consideremos que la edad promedio de la iniciación sexual es entre los 16 y 17 años según datos del Injuv), las organizaciones sociales y, por cierto, las universidades, las que tengo la total certeza, tenemos mucho para hacer, decir y aportar en esta materia.
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