Las cifras de participación en clases online parecen alentadoras. Los porcentajes de estudiantes que se conectan vía internet a las llamadas “aulas virtuales” demuestran que el problema de acceso se ha ido superando gracias a las raudas iniciativas de las diversas casas de estudio para hacer frente a la brecha tecnológica entre sus estudiantes, en el contexto de la crisis sanitaria mundial y las recomendaciones de confinamiento.
Sin embargo, este optimismo reduccionista no observa la multiplicidad de desigualdades socioeconómicas de los hogares chilenos que repercuten en el desarrollo de esta modalidad de aprendizaje.
A mi parecer, en el debate académico referente a las condiciones de funcionamiento de la modalidad online de las clases, aún permanecen invisibilizadas inequidades que derivan de nuestra desigualdad y que van más allá del acceso a la red de internet.
Un entorno que propicie un mejor aprendizaje de los contenidos - como el contar con un espacio propio dentro del hogar, tranquilo, limpio y silencioso - es una condición que estamos asumiendo per se en el funcionamiento de este formato, sin mencionar las variables psicológicas en juego.
En la línea de iniciativas para “emparejar la cancha” en el acceso a la educación superior, al dar prioridad a la conectividad, nos estamos centrando sólo en que las y los estudiantes estén en ese estadio. En qué estado entran a jugar debiese ser un punto central del debate.
A las posibles condiciones de hacinamiento, situación precaria de la vivienda o carencia de materiales y de espacio para participar de las clases virtuales, se podrían sumar la superposición de roles, sobrecarga de trabajo de cuidado y/o doméstico, entre otros, como variables que impactarían en el desempeño de las y los estudiantes.
La “mochila” no tiene el mismo peso a la hora de correr en la cancha y las condiciones del estadio en el que se prepararon, tampoco. Lo anterior va de la mano con que, en el proceso de aprendizaje, frecuentemente se omiten sus trayectorias de vida.
Desde los centros educativos, se llama a los docentes a innovar en sus estrategias pedagógicas, pero la innovación no sólo es tecnológica ni consiste en remplazar lo antiguo por lo nuevo.
En este contexto, implicaría hacerse cargo de estas condiciones y buscar herramientas que permitan implementar estrategias integrales que, asimismo, observen a las y los estudiantes en su globalidad en tanto personas en un entorno específico y con una biografía particular.
De este modo, acortar brechas no sólo conlleva la importante tarea de emparejar esa cancha en lo digital (gracias al acceso a un computador con internet), sino hacernos cargo de cómo está el contexto, considerando las condiciones del estadio.
Las estrategias, entonces, debiesen tener como propósito generar una real participación en clases por parte de las y los estudiantes, considerando sus particularidades y las del contexto en el que continúan haciendo grandes esfuerzos para proseguir sus estudio, no sólo asegurar su asistencia virtual.
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