Hablan ellos, obtienen reconocimientos ellos, son jefes ellos, ganan ellos, … y un largo etcétera que ya no estamos dispuestas a tolerar.
¿Cuántas veces hemos tenido al lado un machote que no nos dejar ni hablar?
Un colega, un compañero de escuela, un padre, un tío… Y son esas veces que estamos intentando dar lo mejor de nosotras cuando ellos eclipsan nuestros comentarios con sus dichos de supuesta razón.
El resultado ha llevado a generaciones a repetir estas prácticas en forma compulsiva. El miedo de ser también eclipsados por los talentos de las mujeres estremece la razón de algunos machitos que desean permanecer posicionados en todo tipo de estructuras. Las iglesias católicas y evangélicas, las universidades, los bancos, las empresas, y tantos ejemplos a sumar.
La revolución de mayo, la rebelión de “me too”, los despertares feministas del año 2018 son una prueba de la necesidad de revertir la situación que provoca tanta molestia como las desigualdades sociales del país y su correspondiente estallido social 2019 que parece estar lejos de terminarse.
No en vano, dentro de este mismo estallido, hemos visto florecer más de un colectivo feminista reivindicando el derecho de estar en igualdad de condiciones con nuestros pares varones. Un deseo de padecer cada vez menos el flagelo del machismo que, en boca de las propias estudiantes, azota también las salas de clases con profesores atendiendo a los comentarios de los estudiantes varones y no de las estudiantes féminas.
Una manera de revertir el machismo, podría centrarse en perfeccionar nuestra educación básica y secundaria, erradicando lo ya naturalizado como normal de las aulas, es decir, hacer diferencias.
Profesores y profesoras que aprendan desde su formación inicial a otorgar un trato igualitario a sus educandos. Imaginando que es posible recibir respuestas de los jóvenes en igualdad de condiciones, siendo posible otorgar participación en clase a ambos sexos y reconociendo que también es inclusión dar la oportunidad de opinar y crear a todos y a todas.
Para cerrar esta reflexión, recordamos al lector, que la mejor arma para luchar contra el sistema es la educación. De este modo, no es equivocado suponer que para crear un ambiente de igualdad, es necesario formar buenos profesores y profesoras.
Y que en la medida que se vayan incorporando más elementos de formación que impulsen hacia la equidad en los curriculum, una esperanza de tener reales tiempos mejores es posible.
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