Tantas veces nos parece que vivimos en un bucle permanente de ir y venir, de aprender y enseñar, de tomar y soltar, de frío y calor, es decir en una vorágine de ímpetu y fuerzas a veces más apacibles y otras revoltosas, pero siempre en movimiento. En esta constante de corrientes inquietas tenemos el trinomio de liderazgo, justicia social y educación. Las que debemos entrelazar para que se vayan nutriendo, alimentando, queriendo a la que viene, ya que tiene que transformarla con una caricia iracunda quizás, dependiendo que tan necesitada esté la una de la otra.
Por una parte, tenemos el liderazgo, el cual debe contener las bases necesarias para poder inspirar los cambios positivos que busquen y promuevan la diversidad, la igualdad de oportunidades ya que se hace necesario teñir del éxito al colectivo y no de manera individual ya que muchas veces se empaña solo de una precaria automotivación. Un líder debe suscitar la justicia social, procurando escuchar con comprensión para el actuar en favor del bienestar colectivo, compuesto y fusionado. Ya afirmaba Paulo Freire, que "la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo".
Cuando dialogamos sobre justicia social, hablamos de las desigualdades estructurales ya sea económica, de género, culturales o étnicas, por ejemplo, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en 2022, aproximadamente el 11,7% de la población en Chile vivía en situación de pobreza, lo que indica que aún hay una parte significativa de la población que enfrenta dificultades económicas. La distribución del ingreso en Chile es bastante desigual: el 10% más rico recibe cerca del 50% del ingreso total del país, mientras que el 10% más pobre recibe menos del 1%. En cuanto a la brecha en el acceso a la educación de calidad sigue siendo notable. Según datos del Ministerio de Educación, los estudiantes de sectores socioeconómicos bajos tienen menos probabilidades de acceder a la educación superior y, cuando lo hacen, enfrentan mayores obstáculos para completar sus estudios. Esto, entre otros datos de disparidad arraigada en nuestra estructura social.
Finalmente, tenemos en esta trinidad la educación, que fomenta a través del liderazgo, bien ejercido, el desarrollo personal a través del pensamiento crítico y la importancia de la inclusión, ya que no basta con el aprender del currículo nacional sino de una profunda transformación que desarme las desigualdades. Como señaló Nelson Mandela, "la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo", sabemos que cuando las personas aprenden y adquieren conocimientos, pueden tomar mejores decisiones, resolver problemas y contribuir a mejorar su entorno y de esta manera, aprenden a ser más felices".
Malala Yousafzai dijo "un niño, un maestro, un libro y una pluma pueden cambiar el mundo". La clave está en el compromiso ético con esta tripleta que necesita la participación de los docentes y las comunidades, para lograr de esto una realidad tangible. Y en esta parte te preguntamos: ¿Cuál es tu papel?
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