No cabemos en la sala

La literatura internacional no ha podido asegurar empíricamente el vínculo entre la reducción de la cantidad de alumnos por sala y el aumento de su desempeño académico. Al parecer, la diferencia no radica tanto en el número de estudiantes que un profesor atiende, sino en los procesos de aprendizaje que el docente es capaz de facilitar. Sin embargo, evidencia preliminar, proporcionada por un estudio de Estados Unidos y otro de Gran Bretaña, permite sugerir lo que ya el sentido común nos hacía sospechar: la motivación de los niños y jóvenes y la calidad y cantidad de las interacciones que tienen con los docentes decrecen cuando ocurren en una clase atiborrada de escolares.

Luego de realizar un estudio randomizado con más de 40 colegios, Peter Blatchford y sus colegas en la Universidad de Londres concluyeron que los alumnos de cursos más pequeños recibían mayor atención personalizada de parte del profesor que aquellos que estaban en clases más numerosas.

Asimismo, los investigadores descubrieron que en los cursos más pequeños la interacción profesor-estudiante requería más actividad del segundo, mientras que en los más grandes los estudiantes en general se mantenían más pasivos. Esto podría estar vinculado a otra conclusión que mostró que se mantenían más motivados y concentrados en las tareas cuando los cursos eran más pequeños.

Similarmente, los resultados del estudio conducido en conjunto por Thomas Dee, de la Universidad de Virgina, y Martin West, de la Universidad de Harvard, sugieren que quienes cursan clases más pequeñas tienden a percibir los contenidos como útiles para su futuro, se alegran con la perspectiva de entrar a esa clase y sienten menos temor de hacer preguntas que sus pares que están en salas más numerosas. En efecto, la motivación y el nivel de ansiedad de nuestros estudiantes podrían estar correlacionados al número de personas que hay en sus salas.

Además, es imposible pedirle a un profesor que promueva la motivación si apenas puede llegar a ellos entre las eternas hileras de bancos, si no tiene dónde instalar los recursos que utilizará durante la clase o si no tiene cómo cambiar la disposición de la sala para permitir que los escolares trabajen en grupos.

Una sala de alumnos apiñados contradice fundamentalmente los principios que les permitirán aprender. Es indispensable que tengan espacio suficiente para guardar sus materiales cómodamente y trabajar en tareas que impliquen compartir con otros.

La mayoría de los colegios de nuestro país tienen en sus salas 40 niños y a veces más. Bajar este número tiene implicancias económicas no menores, pero al menos debemos discutirlo. Esto es hablar de calidad de la educación y esto sí nos importa a los profesores, particularmente a quienes trabajan en sectores vulnerables.

Necesitamos menos niños por sala y espacios donde puedan desplazarse, mover los bancos, guardar sus materiales cómodamente y donde el profesor también tenga un lugar para disponer los recursos que usará y no tenga que usar su mesa para guardar los trabajos de los escolares que no caben en ninguna parte.

Cuando nos decidamos a hablar con profundidad y en serio de la calidad de la educación que los estudiantes reciben, en el lugar donde pasan ocho horas al día, vamos a tener que hablar del número de niños por profesor y del espacio que cada uno necesita para hacer bien su trabajo.

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