Hace algunos días atrás, el Consejo Nacional de Educación aprobó las modificaciones con las cuales las asignaturas de Historia y Educación Física pasan a la categoría de electivos para 3ro y 4to medio, siendo esta iniciativa respaldada por Marcela Cubillos, ministra de Educación.
A punta de sólidos argumentos y fuertes movilizaciones, estas medidas han suscitado profundo rechazo entre las comunidades educativas. Sumado al disentimiento generalizado, podemos advertir que la cartera de educación incurre en algunas contradicciones fundamentales.
Por un lado, se busca relativizar la importancia de la Educación Física en uno de los países con mayores índices de obesidad en América Latina.
Por otro lado, se pretende disminuir el aprendizaje crítico de la Historia, mientras el Estado no escatima recursos para defender la soberanía del territorio nacional ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, esgrimiendo a las “históricas gestas patrióticas” como retóricas nacionalistas que en nada convocan a la deliberación ciudadana.
Asimismo, centrándonos en la discusión sobre la enseñanza de Historia, es paradójico que el Estado anunciara esta reforma educativa días antes de iniciar una nueva versión del Día del Patrimonio Cultural.
Si bien esta instancia celebrativa aún se concentra en la puesta en valor de monumentos y palacios conspicuos, es posible destacar que en la última década se han sumado variadas instituciones y la ciudadanía organizada para gestionar diversas iniciativas.
Visitas a centros científicos, museos comunitarios, parques nacionales o incluso recorridos por sitios de Memoria y barrios obreros, son parte de las nuevas actividades que buscan democratizar y hacer más cotidiano el sentido social del patrimonio.
Sin embargo, la enseñanza de la Historia va más allá de la ritualidad y teatralización que propone el Estado en materia de valoración del patrimonio cultural.
Más bien, aquella busca problematizar los procesos que han configurado el devenir de nuestra sociedad. Al mismo tiempo, propicia la reflexión crítica en torno a la construcción de Memorias y la conformación de culturas e identidades en territorios específicos.
No debemos olvidar que la asignatura de Historia también involucra la enseñanza de la Geografía y demás Ciencias Sociales. Por tanto, si la medida se lleva a cabo, también será un menoscabo para los aprendizajes interdisciplinarios que requieren una mirada retrospectiva.
Por ejemplo, debido a la importancia de comprender los problemas socioambientales y las necesarias explicaciones antrópicas frente al cambio climático, son cada vez más los y las profesoras de Historia que aportan una mirada sociohistórica a los contenidos medioambientales, los cuales tradicionalmente se habían entendido como un campo exclusivo de las Ciencias Naturales.
Estos cruces interdisciplinarios son fundamentales para abordar históricamente las “zonas de sacrificio”, los problemas ecológicos frente a los procesos de urbanización y la resistencia de comunidades locales frente a las dinámicas extractivas del modelo económico global, por mencionar algunos temas.
Considerando esta y otras labores fundamentales que cumple la asignatura de Historia, es evidente que el ministerio de Educación busca instalar una agenda tecnocrática en educación, desincentivando la formación crítica y propositiva respecto a la realidad histórica, geográfica y sociocultural del país.
Es cierto que la asignatura de Historia requiere de reformas en cuanto a los contenidos curriculares, pero tales medidas no deberían reducir la condición estructurante de un ramo que por antonomasia debe estar orientado a pensar a Chile en su complejidad histórica, social y territorial.
Asimismo, varios expertos han sostenido que la asignatura de “formación ciudadana” no puede ser un equivalente de la formación reflexiva de la Historia, debido que la primera tiene como propósito incentivar la participación frente a un alicaído interés en las instancias de participación política tradicional.
De tal manera, la importancia de la Historia no solo debería convocarnos una vez al año con el pretexto de valorar nuestro patrimonio y tampoco puede sustituirse por un ramo orientado a aumentar la participación democrática bajo los conductos regulares.
La Historia requiere de una enseñanza permanente que remite no solo al pasado, sino que también nos interpela desde un tiempo presente ante el desafío de ser actores conscientes frente a las transformaciones incesantes de nuestra sociedad.
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