Tal como su nombre lo indica, la Prueba de Selección Universitaria (PSU), tiene por propósito elegir a los estudiantes con mayor potencial académico para las distintas carreras que se ofrecen a través del Sistema Universitario de Admisión (SUA).
Sin embargo, sus resultados pueden también considerarse como un indicador clave de efectividad escolar. Es más, en muchas de las instituciones escolares particulares pagadas, tal indicador para ciertas familias es una señal ineludible de calidad educativa.
Al revisar los desempeños escolares a través de estas mediciones estandarizadas como PSU y SIMCE, salvo excepciones, se sigue retratando por más de una década casi a la perfección la alta relación entre nivel socioeconómico de estudiantes y desempeño de estos en dichas pruebas estandarizadas.
Es decir, el slogan del Informe Coleman “La escuela no importa” sobre efectividad escolar, realizado hace casi 60 años atrás en Estados Unidos, al parecer, sigue teniendo plena vigencia en Chile. Lo que obliga necesariamente a preguntarse sobre la efectividad de las políticas educativas, su evaluación y la eficiencia en el uso de los recursos para los aprendizajes, que por lo demás, gradualmente se han ido incrementando en educación para superar el estigma de la alta segregación educativa.
Si bien cada gobierno ha puesto su impronta para superar tal estigma de resultados del sistema escolar, impulsando reformas, planes, programas y estrategias específicas para tal superación en el corto y mediano plazo, los datos de realidad son persistentes y, en algunos casos dramáticos.
No obstante, reconfigurar la implementación de políticas en base a la evidencia científica y contextualizarlas con el foco en procesos pedagógicos claves y que afectan directamente la calidad de la enseñanza, principalmente en la primera infancia, como la formación inicial en educación parvularia, el desarrollo profesional de educadores de párvulos y el incremento sustantivo de exigencias de desempeño de los profesionales que participan en la primera etapa de formación, pronostica en largo plazo un futuro más plausible, sobre todo, si se articula consistentemente con el primer ciclo de formación primaria.
Por otra parte, si bien existe todo un camino trazado, aunque largo y con posibles negociaciones políticas partidistas sobre la desmunicipalización, dichos cambios son más bien de estructura que de cultura.
Además, bajo una lógica territorial, en el caso de Chile se vuelve a caer en una configuración por nivel socio económico, con lo cual, la probabilidad de que se reproduzcan los mismos resultados de aprendizaje, en base a estas mismas pruebas estandarizadas, son altas.
De hecho, aunque incipiente y muy preliminar, los resultados de PSU de las cinco instituciones que mejor desempeño tuvieron y están en régimen, perteneciente a los cuatro Servicios Locales Educativos (SLE), no superan los 551 puntos.
Cabe referir que los mismos estudios de efectividad escolar son bastante consistentes en señalar que la unidad de cambio y mejora es la comunidad educativa.
En este sentido, la calidad de los profesores y sus procesos de enseñanza, enmarcados en el aprendizaje de sus estudiantes, junto a los equipos directivos, resultan ser factores determinantes para el cambio y el progreso de los aprendizajes.
Sin embargo, esta máxima es de difícil impacto en el corto o mediano plazo, si no hay una política educativa o estrategia radical focalizada que cambie sustantivamente las trayectorias de los más altos perfiles docentes y directivos que existen en el sistema. Los que generalmente tienden a concentrarse en aquellas instituciones no precisamente más vulneradas social y económicamente.
La organización de la enseñanza y sus métodos en gran parte siguen potenciando una racionalidad tradicionalista y enciclopédica, más que la de cultivar el desarrollo de habilidades para el aprendizaje.
En este sentido, cobra absoluta relevancia, lo señalado por el Premio Nobel de Física (2001) y experto en educación Carl Wieman, quién de un modo científico por más de 20 años ha investigado el cómo aprendemos.
Así, sus principios pedagógicos y resultados de aprendizajes de la aplicación de estos se sustentan en formar a los estudiantes a través del quehacer científico. Es decir, enseñar a pensar como científico.
Tal metodología, obliga a los docentes a formular preguntas a sus estudiantes para que indaguen sobre sus posibles respuestas y, por tanto, según Wieman, tal actividad intelectual y social es altamente beneficiosa para todos.
Prueba de ello, es que contrastando tal metodología con la tradicional, en un estudio realizado en Chile en estudiantes de cuarto año básico, se logró un avance de medio año en aquel grupo.
Empoderar y desarrollar capacidades de aprendizaje, sobre todo pedagógicas y de liderazgo en las comunidades educativas se tornan fundamentales para no volver a ver la misma foto, casi clonada, todos los años.
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