Una educación desde y para la ciudadanía

Finalmente se repondrá la educación cívica en los colegios, así lo anunció la Presidenta Bachelet. No pocas fueron las voces que se manifestaron contrarias a su eliminación del currículum en 1998 y que insistieron todos estos años en la urgencia de reincorporarla nuevamente al plan de estudios por su incuestionable aporte a la formación de ciudadanos integrales, al fortalecimiento de la democracia y a la cohesión social.

Sin lugar a dudas, es un anuncio positivo por donde se mire, su contribución concreta y sustentable en el tiempo, dependerá de la manera en que la educación cívica se reintegre en el sistema educativo: del modo tradicional, que significa abordarlo como una asignatura más,  o desde de una mirada renovada, que incorpore no sólo la transversalidad curricular, sino también el escenario social, político, económico y ambiental tanto nacional como local, que tome en cuenta el contexto de cada comunidad educativa.

Si en este proceso vamos a entender la educación cívica de la forma tradicional, se corre el riesgo de que su aporte en el aprendizaje de las y los estudiantes sea mínimo. Reponer la educación cívica como una asignatura más, entrañaría por una parte, un peso innecesario al ya sobresaturado currículum, y un mal provecho del alcance que puede tener si se aborda desde el dominio de las distintas asignaturas.

Por último, comprender la educación cívica de manera tradicional, esto es a través de una enseñanza descontextualizada, de descripciones y definiciones abstractas sobre cómo funcionan las instituciones y cuáles son los deberes y derechos –y pongo especial énfasis a los deberes- de las y los ciudadanos, el esfuerzo será vacuo.

Aproximarse a la educación cívica como espectador nunca significará lo mismo que hacerlo como actor. En palabras sencillas, cuando eres actor de un proceso se aprende desde la práctica, cuando eres sólo un espectador es más probable olvidar lo aprendido porque no lo consideramos relevante en nuestras vidas.

Un ejemplo: plebiscito de 1988, un hito histórico en el que la gente participó activamente porque lo consideró de suma importancia como fue  la oportunidad de retornar a la tan anhelada democracia. Hubo una inserción en la práctica real, y en pocos meses las personas aprendieron todo lo referente al servicio electoral, los procedimientos y funciones de los apoderados y presidentes de mesa, el rol del tribunal calificador, etc. Aprendieron más en la práctica de lo que pudieron aprender en un curso.

En el pasado reciente, la forma en cómo se fue gestando y robusteciendo el movimiento estudiantil, observaremos un fenómeno similar. El ser partícipe de este movimiento implicó un aprendizaje por parte del estudiantado, que devino del interés de conocer sus derechos y las consecuentes demandas que se realizaron para alcanzar su ejercicio pleno.Aprendieron siendo actores de una práctica transformadora: cambiar el sistema educacional en Chile.

Cuando te insertas como actor debes ser capaz de descubrir las relaciones de poder detrás de todo orden social, de comprometerte con una transformación con justicia y de promover un enfoque de derechos.  Con todo, es determinante en el tránsito exitoso del rol de espectador al de actor, y en la lógica de una renovada educación cívica, preguntarse primero sobre la realidad en la que está inserta cada comunidad educativa, para abordar con pertinencia los temas inherentes a la formación ciudadana en cada sala de clases y motivar a las y los estudiantes a ser partícipes de los procesos de cambio.

Debe existir una conexión entre lo que se enseña y el mundo cercano que conoce el estudiante, porque sólo a través de realidades concretas adquiere sentido la educación ciudadana.

El anuncio de la reincorporación de la educación cívica es una gran oportunidad para fortalecer la escuela como institución democrática.  Un plan de educación para la ciudadanía, necesariamente incita a la escuela a hacerse cargo que sus estudiantes conozcan sus derechos como ciudadanos, derechos que se ubican justo en el vértice donde se encuentran los derechos humanos y la democracia.  Sólo cuando se reconocen los derechos de las personas, los deberes se convierten en responsabilidad.

Un programa de educación ciudadana, no puede desentenderse de la manera cómo se vive la democracia al interior de la escuela: cómo se construyen las relaciones entre los actores, las estructuras y procesos democráticos en su interior, así como sus instancias representativas de poder y de participación ciudadana real.

Intencionar una mirada integral para la educación ciudadana, no pasa sólo por la manera de  abordar desde el currículum, sino por la articulación dialógica entre la construcción participativa de un nuevo discurso que se refleje en cada proyecto educativo, el contexto sociocultural y espacial en el que está inserto la escuela, sus instrumentos de gestión, y los espacios de participación e incidencia con los que cuenta todo el estudiantado.

Les invito a hablar de formación ciudadana. Si bien el concepto de educación cívica no es errado, evoca tradición, una tradición educativa anquilosada.

Demos el salto de una “educación para vivir en la ciudad” a una “educación para la ciudadanía”, que vincule la enseñanza con los procesos transformadores de la sociedad, comprendiendo la educación desde el punto de vista de los derechos ciudadanos y su aporte vital en el fortalecimiento de la convivencia democrática, para poder cultivar en las y los estudiantes el compromiso por una mejor sociedad; más equitativa, más inclusiva, más justa, respetuosa de las diferencias, amante de la diversidad, consciente y  responsable del medio ambiente.

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