Los peligros del año jubilar

Los creyentes católicos nos encontramos en plena celebración de un año jubilar centrado en el tema de la esperanza, convocado por quien fuera el querido papa Francisco en su bula Spes non confundit (La esperanza no confunde). Pero ¿qué es un año jubilar? Históricamente, en la Iglesia Católica fue el papa Bonifacio VIII quien, en el año 1300, inspirado en el concepto bíblico de jubileo, convocó el primer año jubilar, concebido como un tiempo de gracia especial y, por tanto, de un llamado a la conversión. Para ello invitó a los fieles a realizar peregrinaciones a Roma y a recibir una indulgencia plenaria, es decir, la remisión total de las penas temporales debidas a los pecados ya perdonados por la confesión. Esto requiere una breve explicación.

La enseñanza católica plantea que el pecado tiene una doble consecuencia. Por una parte, si es grave, nos priva de la comunión con Dios y nos hace incapaces de la vida eterna: a esto se le llama "pena eterna". Por otra parte, todo pecado produce ciertas consecuencias, una huella negativa entendida como apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar: a esto se le llama pena temporal, la que se purifica en esta vida o después de la muerte en el estado que se llama purgatorio. Por el sacramento de la confesión Dios perdona nuestros pecados, es decir, la pena eterna; pero queda la huella del pecado, la pena temporal que es perdonada por la indulgencia plenaria (Catecismo 1471-1473).

Al principio, el año jubilar se celebraba cada 100 años, después, en 1343, el papa Clemente VI lo redujo a 50 años; y, finalmente, el papa Pablo II, en 1470, estableció que fuera cada 25 años. También los papas tienen la facultad de convocar Jubileos extraordinarios. Un elemento característico de esta celebración es la peregrinación a un templo jubilar. Ahora bien, el origen del jubileo se encuentra en el Antiguo Testamento, donde se ubica en la línea del año sabático, porque, en realidad, es una especie de "súper año sabático", dado que se celebra el año inmediatamente después de "siete semanas de años sabáticos que sumarán 49 años" (Lv 25,8), es decir, el año 50.

Tanto el año sabático (ver Ex 23,10ss.; Lv 25,1-7; Dt 15,1-8) como el año jubilar fueron pensados en favor de los pobres, pues pretendían frenar la excesiva acumulación de riquezas, evitar la desigualdad económica y hacer imposible la perpetuación de la miseria. Para lograr este ideal de fraternidad y justicia, el año sabático implicaba tres exigencias: la primera era el descanso de la tierra, con sus campos, viñedos y olivares; y lo que espontáneamente produjera iba a los esclavos, pobres y jornaleros. La segunda era la liberación de los esclavos, a los cuales, en el momento de darles la libertad, debían hacerles regalos de ganado, y de las cosechas. La tercera recomendación pedía perdonar las deudas, siempre que los deudores fuesen insolventes. Eran épocas en que se intentaba recomponer la justicia social rota por la corrupción, explotación y opresión. Establecer los paralelos con la realidad actual no cuesta nada.

En cuanto a los peligros para los creyentes que celebramos este año, indicaré dos, uno mencionado y el otro insinuado por el querido Francisco en una entrevista dada al Canal Orbe 21 sobre el sentido del jubileo.

En relación a las peregrinaciones, decía que tenía miedo que el jubileo se asimile a una especie de turismo religioso en vez de ser un momento de recomposición de tantas cosas personales y sociales. Un jubileo reducido a turismo no sirve. Sin duda este un peligro latente. Y esbozaba el segundo peligro cuando decía: "Los jubileos son una práctica antiquísima, ya en el Antiguo Testamento, pero eran jubileos como Dios manda: en el jubileo había que perdonar todas las deudas".

Efectivamente, un inmenso peligro, que creo que se está dando en muchos lugares, radica en mutilar el sentido, insistiendo sólo en cómo obtener la indulgencia plenaria, que es importantísimo, pero olvidándonos de la perspectiva social. Es decir, cómo ese perdón recibido ha de expresarse en relaciones justas personales, sociales, nacionales e internacionales.

El mismo Francisco lo dijo en su bula: "Hay otra invitación apremiante que deseo dirigir en vista del Año Jubilar; va dirigida a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas. Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia... como enseña la Sagrada Escritura, la tierra pertenece a Dios y todos nosotros habitamos en ella como «extranjeros y huéspedes» (Lv 25,23). Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos" (nº 16).

Esto ha sido recogido por una iniciativa llevada adelante por Cáritas Internacional y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral de la Santa Sede llamada "Transformar la deuda en esperanza". En una nota sobre este programa se indica que "más de 50 países enfrentan una crisis de deuda, con 48 de ellos gastando más en pagos de intereses de deuda, que en salud o educación". Se hace urgente, en este año jubilar, invitar a restablecer la justicia, condonando la deuda total de los países más pobres o, por lo menos, los intereses y para los que están endeudados sin ser tan pobres, proponer negociaciones que no los asfixien, sino que "sean transparentes y prioricen los derechos humanos", como dice la nota al final. Esta dimensión social, lejos de ser accidental, forma parte también del corazón del evangelio.

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