Cuando la masificación de las plataformas mediales hace que cada vez sea mayor la cantidad de información que circula, resulta más imperativo que nunca que quienes nos dedicamos a las comunicaciones trabajemos por elevar el estándar de exigencia con el que construimos los mensajes que comunicamos, haciéndonos cargo de la responsabilidad ética conlleva todo aporte a la construcción de la realidad.
Lo que entendemos como un hecho real depende muchas veces de cómo lo concebimos, lo entendemos e interpretamos. Por décadas hemos internalizado que la realidad no es un constructo previo: somos nosotros los que contribuimos a moldearla o lo establecemos como realidad, mediante nuestras emociones y conductas.
Por eso, construir imágenes comunicacionalmente sin tener todos los elementos que permitan corroborarlas es una tendencia que tiene consecuencias éticas sobre las que tenemos que reflexionar. El problema no es solo el potencial ascenso de lo falso, sino que ello implica inexorablemente la caída de lo cierto. Eso es la pos verdad.
Una mentira disfrazada de información fidedigna puede llegar a ser extremadamente peligrosa, tanto por su capacidad de causar un profundo daño, como por la dificultad de ser revertida al terreno de lo cierto.
Es muy difícil, por ejemplo, que una información difamatoria contra alguien, por muy falsa que sea, no genere un impacto altamente negativo sobre su imagen, sobre la percepción que de ese alguien se tiene. Una vez generado ese impacto, una vez que el rumor se viste de verdad, se levanta también como cierto un juicio y una condena social a la que poco le importa si es cierta o no la información que ha circulado, ni menos aún la veracidad de la fuente que la echó a rodar.
Las consecuencias más graves caen finalmente sobre la honra y la dignidad de las personas afectadas y sus entornos, a quienes seguirá acompañando permanentemente el halo de sospecha producto de las acciones difamatorias, aunque una investigación judicial o los mismos medios de comunicación terminen desmintiendo las acusaciones. El daño ya está hecho.
El éxito de la pos verdad ha sido posible gracias a que se ha dejado crecientemente de cuestionar la información que se recibe y, peor aún, se retransmite dándose por cierta sin que importen las consecuencias.
Finalmente, hay una doble responsabilidad. De parte de los medios de comunicación, en términos de verificar la información, y también de quienes recibimos el mensaje, pues a veces elegimos creer solo las versiones que confirman nuestros prejuicios.
En aras de ser ciudadanos más responsables, tenemos que hacernos cargo de no escoger creer en la mentira.
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