En un caso que refleja la creciente democratización de la violencia en nuestro país, un adolescente de 17 años recibió un disparo mientras esperaba en el andén de la estación Barrancas de Metro. Santiago, con espacios alguna vez protegidos y símbolos de modernidad, se ha convertido hoy en terreno accesible para el crimen armado. Este lamentable hecho, que pone en riesgo la seguridad de millones de usuarios, arroja luz sobre una realidad más amplia y preocupante.
La violencia penetró los lugares que consideramos seguros hasta hace poco. Cifras históricas de temor en la población se sustentan en estos casos con balaceras en el Metro, en la micro, en la calle, muertes de niños y adolescentes en el living de su casa o afuera de su colegio. La evidencia es clara. Desde los barrios tomados por el narcotráfico, que paraliza escuelas y jardines infantiles al compás de un funeral Narco, hasta fuera de sus límites territoriales, alimentando diversas formas delictivas cuyo mercado reducidor es fuente de liquidez para sus operaciones.
Alonso, el joven herido en el Metro, nos recuerda cómo las armas no discriminan en manos de quienes en su irracionalidad actúan fuera de toda proporción, casi con la certeza de sentir la impunidad instalada en su vida.
En la mayoría de los casos, el crimen organizado comienza a capturar al más joven dentro de las bandas delictivas especializadas, son una herramienta fácil de usar, que suelen estar expuestos a la mayor desprotección. Según el informe de Atisba sobre homicidios en Santiago (2024), se destaca que la segregación urbana representa el 56% de los homicidios. Los sectores más afectados enfrentan problemas históricos de aislamiento, pobreza y control de bandas narcotraficantes. Por otro lado, la aglomeración comercial, zonas de emplazamiento del comercio ilegal, concentran el 27% de los homicidios en zonas pequeñas, con disputas entre bandas extranjeras por el control del espacio público. Por último, el informe advierte que, en 2024, las comunas rurales del anillo de Santiago aumentaron su participación al 15% del total.
Como sociedad, debemos priorizar el desarrollo de una "Agenda Temprana de Protección Social", recuperando el espacio público, fortaleciendo los entornos protectores en la familia, en la escuela y en la comunidad. El deporte, la vida en familia, las escuelas con planes que reduzcan el ausentismo, eviten el abandono escolar y promuevan el reingreso educativo, son fundamentales para cerrar la llave a la impunidad de las organizaciones criminales.
Un férreo control del orden público que aísle a los líderes que operan desde la cárcel y desarme a las bandas que capturan los barrios, debe ser la antesala de un Estado que se reinstala donde su ausencia permitió las brechas que el narco ocupó campeando como la "mano" que ejerce el poder sin contrapesos. Recuperado el territorio la "Prevención Social" debe ser la piedra angular que levante oportunidades para un mejor bienestar de la niñez y de las familias, construyendo nuevamente los vínculos de una comunidad que "se cuida". Los programas como Calle Sin Violencia, para ser efectivos y sustentables, requieren llegar antes, cuando emergen estos factores de riesgo y no sólo cuando las estadísticas nos muestran que el radio de la violencia se extiende. Hoy su rediseño requiere de respuestas en una oferta preventiva de calidad, con evidencia y cobertura, y con una focalización adaptada al dinamismo del delito. No podemos seguir fallando en garantizar la seguridad de los más vulnerables en nuestra sociedad. La violencia democratiza el miedo, pero también puede democratizar nuestra voluntad de detenerla. Ahora es el momento.
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