Vacaciones, niños, pantallas y tribu

Diciembre es para muchos niños y niñas sinónimo de vacaciones, la esperada y majestuosa pausa entre clases, en dejar la rutina escolar, apagar el despertador, el ya no escuchar "levántate que tienes que ir al colegio", es entrar en otro tiempo, que es más lento, más laxo, quizás con aparente menos responsabilidad. El estar de vacaciones es definitivamente entrar a otro mundo, en un realismo mágico y etéreo. Pero sólo permitidos para los escolares: el pase no es libre, ni de acceso ilimitado.

El periodo de vacaciones para muchos adultos con escolares, se convierte en una pesadilla logística. ¿Quién los cuida? Si ellos deben trabajar, ¿Cómo lo hago? ¿Qué hago? Son preguntas que desfilan por las mentes de padres y madres. Es un malabarismo de decisiones, donde cada operación se toma con cautela estratégica de la mircrogestión hogareña.

En este cruce de exigencias y descanso, aparece las pantallas como si fueran un SOS en una isla perdida, que la vida adulta, con su intensa demanda, trata de tomarla como la opción de sobrevivencia al tedio, pasando por el alto el desarrollo infantil, la necesidad de la creatividad y al inevitable sentir del aburrimiento.

Lo que se detiene en estas fechas es el calendario escolar, más no las responsabilidades de la vida adulta, y eso hace más difícil el equilibrio, razón por lo que se vuelve tan importante el tener amistades, redes y familia que hagan sentir la crianza como parte de una tribu ya que no es posible hacerla en soledad ni dejarle a la pantalla el libre acceso a transformar y sobre estimular el cerebro de la infancia.

Un proverbio africano dice "para criar a un niño hace falta una tribu", eso nos invita a gestionar nuestras relaciones sociales adultas que vayan en apoyo a la crianza, y volver sobre la reflexión, que la infancia no fue pensada para sostenerse en soledad y menos desde la individualidad que genera las pantallas tecnológicas en exceso y sin control parental.

El aprendizaje social es vital para un desarrollo de las personas, ya que ningún niño se nutre aislado y ningún adulto debería criar completamente solo, hay que aprender a convivir con las diferencias, a resolver conflictos a compartir, reconocer límites y fortalecer las habilidades emocionales. Lo que se lograr sólo en compañía de un otro.

La crianza no debe ser un proyecto individual, si no por le contario una tarea social, el volver a la tribu es también un acto de resistencia y de cuidado colectivo. Porque al final, criar en tribu no sólo forma niños y niñas más seguros, amables y empáticos, también nos recuerda que cuidarnos entre todos sigue siendo la forma más humana de vivir.

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