En la Provincia de Buenos Aires, madre de todas las batallas, que representa el 38% del electorado del país, se dio la batalla simbólica más importante entre el kirchnerismo y el macrismo.
Si bien la elección primaria del último domingo se sigue disputando voto a voto en el conteo oficial, lo claro es que ganó la polarización entre el oficialismo y kirchnerismo. Estos sectores políticos alcanzan el 70% de los votos, dejando a las alternativas peronistas a Cristina en un mero lugar accesorio.
La polarización era amenazada por Sergio Massa, peronista del Frente Renovador, al plantear una alternativa ni neoliberal ni populista, tal como él había expresado. Sin embargo, es el gran perdedor al quedar solo en un 15% con ya varias elecciones expectantes. Nuevamente se quedó en la zona de salida y no despegó. Es como aquel futbolista joven con muchas condiciones que se lesiona, no sale su pase y en el momento en que logra fichar por un equipo competitivo no convierte goles y entra en una crisis. No pudo ganar ni en su terruño,Tigre, desde el que dirige toda su actividad política.
La opción de votar al gobierno a pie juntilla, eligiendo a Esteban Bullrich, o castigarlo del todo votando a Fernández obtuvo el 70% de los votos. Y desde luego, con una base muy territorial. Las zonas más vinculadas al agro y a la agroindustria, del interior de la provincia, respaldaron al gobierno en oposición al conurbano, el núcleo urbano más popular que ha resentido más la baja del consumo y las dificultades para las pequeñas y medianas industrias y comercios, que apoyó a Fernández.
El gobierno eligió a su enemiga, Cristina Fernández. A la vez, la ex presidente también eligió al gobierno del PRO como su enemigo natural. Ambos utilizaron esa estrategia de polarizar con su adversario y no con los otros candidatos menores. Y ambos espacios levantan sus tiendas de campaña en torno a un patrón común, el pasado reciente.
Por una parte el oficialismo le plantea a los bonaerenses que piensen cómo estaban el 2015, con un gobierno que los hostigaba, según la oficialista gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Cristina Fernández, a su vez, exige el mismo ejercicio, recuerda como estabas el 2015, estabas mejor o peor, ha planteado con recurrencia en su campaña. El gobierno pinta a Fernández como el fantasma de un pasado que amenaza lo que se ha conseguido, mientras la ex presidenta apunta al macrismo como la amenaza al empleo y a los derechos sociales.
El empate técnico, en torno al 35%, solo ha incrementado esa polarización. La diferencia de 5 puntos, a favor del oficialista Esteban Bullrich, que se manejaba a las 21 horas terminó revirtiéndose en horas de la madrugada, dejando los resultados definitivos para la justicia electoral, crispando los ánimos y las denuncias cruzadas.
Esta elección es un plebiscito sobre la marcha del país que solo tiene dos tiendas de campaña y una grieta en medio.
Y como siempre, la cotización del dólar, que reaccionó de inmediato al buen ánimo del gobierno, el manejo de las variables económicas y la marcha de los juicios contra la ex presidenta juegan como elementos centrales de estos largos dos meses que faltan para las elecciones definitivas.
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