La crisis por la pandemia del COVID-19 ha traído, en paralelo, el declive de las relaciones entre China y Estados Unidos a su punto más bajo en la historia reciente, y no se observan perspectivas de mejora al menos por este año. Las tensiones entre las dos potencias tienen múltiples orígenes y causas, pero llama la atención que desde este año Beijing ha empezado a tomar una postura más agresiva hacia Washington cuando éste le impone sanciones comerciales (por ejemplo, el caso Huawei) o condena las ofensivas de Beijing sobre Hong Kong y el Mar de China Meridional.
Hasta hace poco el gigante asiático mostraba una política exterior más bien pragmática, respetuosa de la hegemonía norteamericana en el Asia Pacífico.
Pero últimamente la reacción ante las sanciones y condenas ha sido cada vez más enérgica: sanciona de vuelta a políticos estadounidenses y grandes empresas de armas como Lockheed Martin (que recientemente vendió armas al rival Taiwán). También se ha acercado a Irán para comerciar petróleo, haciendo caso omiso de las sanciones de la comunidad internacional sobre Teherán por su programa nuclear.
Un ex viceministro de Relaciones Exteriores de China mencionó en un simposio que el gigante asiático jugará "proactivamente" sus propias cartas. Esto implica desafiar a Estados Unidos como superpotencia mundial y construir un nuevo orden mundial.
Y, a decir verdad, éste parece el mejor momento para tomar la iniciativa. La nación norteamericana muestra señales de abandono de su rol de liderazgo mundial al abandonar la OMS, no interferir ni mediar conflictos internacionales como el de Israel-Palestina, rechazar los Acuerdos de París por el calentamiento global y el retiro de miles de soldados estadounidenses instalados en los territorios aliados de Corea del Sur y Alemania, dejando un vacío de poder que beneficia a sus rivales, entre ellos China.
Además de lo anteriormente mencionado, los estragos de la pandemia de COVID-19 y los conflictos raciales tienen a Estados Unidos sumido en una inédita situación de inestabilidad política y social, con un presidente Donald Trump francamente debilitado y con pocas chances de ser reelecto en noviembre de este año.
El vacío de poder cada vez se hace más evidente, y por ello el momento chino de tomar la iniciativa es ahora, con una economía que ya volvió a crecer 3,2% entre abril y junio luego de una contracción de 6,8% el trimestre anterior producto de la pandemia, un líder fuerte y consolidado como Xi Jinping, un desarrollo tecnológico a la vanguardia mundial y 3 billones de dólares en reservas en el búnker del Banco Central para resistir cualquier zozobra.
En resumen, el punto más bajo de las relaciones entre China y Estados Unidos debe analizarse considerando este contexto global tan extraordinario, marcado por una pandemia y un vacío de poder en el sistema internacional, quizás un mundo más anárquico y carente de instancias vinculantes de gobernanza global. El debate abierto es sobre si estas acciones de China se explican sólo por el oportunismo del momento, o si acaso veremos para esta década una estrategia consistente para arrebatarle la hegemonía a Washington al menos en el área del Asia Pacífico.
Es posible que el mundo esté presenciando las primeras pinceladas de una China firme y deseosa de reclamar el vacío de poder que Washington ha dejado durante la administración Trump, para cumplir un viejo anhelo chino de ser el “Imperio del Centro” (chongkuó), el “centro de la civilización” o del mundo.
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