Es seguro que la polémica presentación de José Antonio Kast en la Universidad Arturo Prat de Iquique no será la última que tendrá el ex diputado, porque a río revuelto ganancia de pescadores dicen, y en estos tiempos de big data donde las menciones en redes sociales marcan tendencias (independiente si éstas son a favor o en contra del aludido) los polemistas como Kast tienen todas las de ganar espacios en la opinión pública.
Pero esto no es lo único a considerar para hipotetizar que seguiremos viendo hechos como el acontecido en Iquique. Más allá de la polémica en sí misma, estamos presenciando a nivel mundial una tendencia creciente al alza de diversos movimientos políticos que se ubican más a la derecha, que seducen a buena parte del electorado.
Ya hemos visto a Marine Le Pen disputándole la segunda vuelta a Macron (Ultraderecha vs. Centroderecha) en Francia, el Brexit en el Reino Unido, la victoria de Donald Trump en EE.UU. y una seguidilla de triunfos de movimientos de derecha en Europa Central.
Se está configurando un "espíritu de los tiempos", una tendencia marcada en occidente que está empezando y pareciera ser que no parará de crecer al menos en el mediano plazo. Un fenómeno de época, de alcance global.
El posicionamiento de José Antonio Kast como rostro principal de esta ultraderecha se verá expresado en las encuestas con un paulatino ascenso, expresión de lo que ya ha pasado en otras latitudes: una reacción de cierta parte del electorado a los discursos políticamente correctos, que son excluyentes al mostrarse como verdades únicas que son recibidas mejor por los sectores de la sociedad con más educación, de sectores urbanos, más jóvenes y conectados, pero que no podrían ser mayoritarios si uno revisa la composición del padrón electoral, y especialmente de quienes salen a votar.
Grandes capas de la sociedad, que vienen de una cultura más tradicional, que por un tema generacional no han podido adaptarse a cambios sociales y tecnológicos (que nunca en la historia de la humanidad habían sido tan acelerados), se cansan de sentir que son denostados como parte de lo que tiene que dejar de ser tolerado.
Las ideas conservadoras han ordenado la vida cotidiana de muchas sociedades durante buena parte del siglo pasado, más allá de izquierdas y derechas: Dios, patria y familia. Y lo que se ha estado viviendo esta década ha sido una transformación muy acelerada, y es lógico asumir que no todas las personas se van a adaptar a estas transformaciones al mismo tiempo, especialmente si estos cambios atacan elementos nucleares de la subjetividad como los valores, qué es un hombre, qué es una mujer, qué es la familia, etc.
Ejemplo de eso es la polémica (otra más) que el mismo José Antonio Kast realizó al hablar de que Daniela Vega era hombre y que eso está en su naturaleza, en su ADN. Esa visión es polémica en el sentido de que es violenta para lo políticamente correcto, el discurso que se ha instalado en el mainstream que respeta los derechos de las personas LGBT+.
Estos cambios culturales emergentes entran en conflicto con los valores tradicionales, y todos estos movimientos de derecha han ganado terreno en base a esta molestia que se genera en estas personas que se ven atacadas en su identidad y valores ante estos cambios.
Lo interesante es que aquí no solo gente de derecha se puede ver atacada, sino que también personas que antes votaron por la centroizquierda, perfectamente, ya que la cuestión identitaria pareciera marcar más los clivajes de la política actual, liberales versus conservadores.
El espíritu de los tiempos se va configurando para que este amplio bolsón de votantes con valores tradicionales busque a un rostro que represente el descontento que sienten con las aceleradas transformaciones sociales y tecnológicas que han cuestionado las bases más profundas de la identidad de muchos. En la medida que José Antonio Kast mantenga su visibilidad en los medios polemizando y victimizándose ante la previsible ira que generan sus posturas políticamente incorrectas veremos su alza en las encuestas de opinión.
Esto debe ser tomado con seriedad por los sectores moderados, progresistas y liberales, porque la evidencia en el mundo indica que esta oleada ultraderechista ha llegado para quedarse y disputar el poder por la vía democrática de convencer a las mayorías.
¿Cómo confrontar estas ideas ofensivas? ¿De qué modo hacer frente a adversarios ideológicos furibundos y sin complejos?
¿Cuáles son los límites de la libre expresión? Son algunas de las preguntas que requiere un debate urgente que pueda ayudar a organizar una estrategia para derrotar políticamente a estos sectores ultras que sacan provecho de la polémica y la confrontación irracional.
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