Muchos reímos con la idea de Trump siendo el acreedor de una victoria que, irónicamente, no podía ser más gratificante para un xenófobo al poder despedir a un sucesor de ascendencia afro-americana.
No solo se iba Obama, también partían frutos trans-generacionales de lucha. Caminos forjados hacia una sociedad global más digna y justa se vieron soplados al viento. Trump al mando del país más influyente del mundo nos movió la tierra. La esperanza y el vivir con menos miedos fueron arrasados. No así su peluquín.
Trump no solo es un presidente, es el vaticinio de retrocesos sociales, pero también la ratificación de que la fuerza femenina es incomparable: llena calles, se esparce impetuosa por pueblos y ciudades de los cuales ni siquiera él sabe los nombres. Nos levantamos, morenas y rubias, asquerosas y santas, vestidas de mujer (como exige a su staff), con bigotes frondosos y axilas peladas, mujeres sin vagina, madres sin hijos. Juntas nos levantamos porque su presencia a la cabeza de Estados Unidos demuestra lo poco que el mundo ha entendido, a pesar de tantas cruzadas.
Trump reafirma que el rol del hombre es ser la regla y el nuestro, versátil, según lo que ellos requieran. El mundo tendrá demasiados años de su comportamiento caricaturesco, agitando la tiranía del machismo en sus rostros, pero no les importa, porque han aprendido nada.
Para derrotar al patriarcado y su opresión sistemática, tenemos que tener un completo entendimiento de lo que la masculinidad es y, al parecer, ni siquiera el hombre lo sabe; tal como una ruleta rusa, quien abiertamente cuestione la acepción, va a ser impulsado a apretar el gatillo.
El análisis resulta inconveniente al paradigma y el paradigma parece ser ubicuo y fácil. Así, el hombre, perpetúa patrones retrógrados que dictan, que para ser un hombre apropiado, debe ser dominante. El cuestionamiento le muerde la garganta al control, como la presidencia de Trump nos acuchilla el alma.
Trump, sé que debes habernos notado inundando tus calles y tus plazas. Mujeres organizadas, espontáneamente, como cabecillas de esta resistencia que, por todos los dioses en que he creído, espero no dure cuatro años. Somos quienes continua, pero todavía insignificantemente, luchamos por acceder a espacios predominantemente masculinos, mientras el hombre sigue conforme en sus mismos lugares.
Continúa adjudicándoselos porque su hombría se los otorga, desde tiempos que parecieran redundar en siempre. Es aquiescente con lo que entiende por mujer, no marcha con ella por discernimiento; se suma a la novia, lo hace por su hija, por el vínculo con él.
Por eso Donald, subliminalmente, comunica algo trascendente. Tenemos que observarlo porque lo más probable es que sea veraz y que, preocupantemente, sus verdades redunden en las de muchísimos hombres.
Tal vez es hora de desafiar los conceptos históricos e incursionar en la realidad de lo que ser hombre es. Queda claro que involucrados en un progreso transversal no están. Fueron hombres informados (incluso un chileno que canta) sobre las necesidades imperantes y esenciales de la mujer y el oprimido, quienes mayormente lo eligieron.
Gente que escuchó sus grotescas opiniones, su oposición a libertades cruciales, su execrable insensibilidad con los que, desesperadamente, necesitan patria. Oyeron como expresa, en un sinnúmero de aseveraciones irresponsables y públicas, que la mujer es más menos prescindible, una herramienta sustituible e incluso es excusable poseerla forzosamente, porque ser deseable es la epítome de nuestra función.
El mensaje de su comportamiento, adherido a conductas frecuentemente aposentadas en las tierras que intenta castigar, resultó irrelevante para sus partidarios y esta hipocresía es altamente peligrosa, viene adjunta a muchos recursos.
Aún así, con las incoherencias y las verdades, votaron por la guinda.
Trump es un juego político, pero que trasciende la política. Es un llamado estridente a no seguir postergando la necesidad de definir, con exactitud, lo que entorpece nuestra evolución, la convergencia de la convicción y lo que hacemos. Y de tener valentía para desadiestrarnos.
Trump es la mano y la cuchara usadas para arrancar ojos. Y también lo son cada uno de sus votos.
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