Últimamente he recurrido mucho al delivery de alimentos. Creo que así puedo ayudar en algo a esos cientos de vecinos de La Pintana que se esfuerzan a diario por mantener a flote sus emprendimientos. El domingo pasado llamé a uno de mis favoritos, para encargarle almuerzo.
Recuerdo que, antes de la pandemia, me repetía una y otra vez que admiraba la fuerza con que yo, como alcaldesa, trataba el tema del narcotráfico. Que estaba bien que los denunciara, que alertara del peligro de normalizar el tráfico de drogas. Pero a medida que la crisis se agudizó, fue moderando su entusiasmo.
La conversación del fin de semana con él me perturbó, me dejó un sabor amargo. No sólo porque supe que debió cerrar uno de los dos boliches que tenía, sino por su tono desconsolado.
"Jefa, no se meta más con los narcos. Déjelos tranquilos. Así no se mete en problemas usted y puede que hasta comiencen a cuidarla. ¿En qué le afecta que hagan su negocio? Total, el que quiera conseguir droga, la conseguirá igual", me comentó.
Me dolieron sus palabras, no particularmente por él, a quien sigo y seguiré estimando, sino por el sentido más profundo que tienen.
En las poblaciones, la gente sabe que el poder de los narcos ha crecido y se ha consolidado. También sabe que el Estado se muestra cada día más ineficaz para combatirlo, porque siempre llega tarde o, simplemente, no llega. Las balaceras mortales de las últimas semanas y la pirotecnia desatada en Año Nuevo terminaron por convencer a miles de chilenos de que tendrán que resignarse a convivir con el narco, porque quienes deben garantizar nuestro derecho a vivir en paz, a caminar por la calle sin temor a recibir un tiro, no están haciendo su trabajo.
Es por esa peligrosa senda por donde comienza a transitar el sentido común de la gente y, cuando eso sucede, el riesgo es enorme y multidimensional.
No hay nada que duela más que el desamparo. No hay nada más decepcionante que no sentirse escuchado, como en aquellas pesadillas recurrentes en que intentas decir algo y la voz no te sale. La riqueza popular está en el tejido social. Es desde la confianza colectiva donde surgen las transformaciones sociales más relevantes.
El narco es enemigo de todo eso. Aborrece la comunidad, porque se salva solo. Es el más feroz de los individualistas. Mi llamado es a enfrentar al narcotráfico y a su poder armado como política de Estado, a no seguir relativizando todo, porque las calles y pasajes de las poblaciones están marcados de víctimas, que no son relativas, sino que reales.
Es hora de dar cara. No podemos pasar otros 30 años hablando de que no lo vimos venir.
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