Tristeza, rabia, estupor, desconsuelo…son algunas de las palabras que resuenan en estas horas tras confirmarse el lamentable desenlace de la desaparición de Ámbar, una joven, como todas, que tenía el derecho de que nuestra sociedad y sistema de protección la cuidara y garantizara por sobre todo el derecho a la vida.
No fue lo que ocurrió, transitó por un itinerario de descuidos y negligencias. Duele el alma, porque su muerte es irreparable.
Duele que se le haya arrebatado el futuro y sus oportunidades, así como duele pensar que hay más jóvenes que comparten su realidad, especialmente las que se enfrentan cotidianamente al riesgo de vivir experiencias similares.
Esta situación impacta a toda nuestra sociedad, y porque desgraciadamente la violencia hacia mujeres, adolescentes y niñas no son hechos puntuales ni excepcionales, es que numerosas organizaciones de mujeres y feministas, y cada vez innumerables personas anónimas levantan la voz para visibilizar y denunciar la violencia de género, protestando rápidamente con pancartas y haciendo velatones en la memoria de sus víctimas.
El significado de la palabra Ámbar, es el de una gema semipreciosa, a la que debíamos proteger. No fuimos capaces.
La deuda histórica que existe hacia las mujeres y niñas nos lleva a sostener cada vez más fuerte, la necesidad de justicia plena, penas efectivas para quienes agreden y modificación de los sistemas de justicia y protección.
Como señaló Lorena Contreras, miembro de la Red de Universidades chilenas por la Infancia, el aislamiento de las víctimas, cuestión que se ha ampliado en tiempos de pandemia, constituye una situación contextual que facilita la emergencia, perpetuación y silenciamiento de la violencia. ¡Alerta morada!
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