El agua es vida, de eso qué duda cabe. Pero pese a lo potente y clara de la frase, al parecer nuestro Estado aun no lo comprende del todo, o por lo menos así lo demuestran sus acciones de los últimos 30 años.
En lo que ha sido en general su historia, Chile ha gozado de buena salud en materia de aguas, ciertamente más hacia el norte del país, lo que llamamos el Norte Grande y por una cuestión natural del territorio, siempre el tema ha sido más complejo, pero también parte de lo que ya sabíamos.
Los cambios climáticos que ha experimentado el mundo, producto del recalentamiento de nuestra atmósfera, han golpeado con fuerza a Chile, de hecho, algunos estudios lo sitúan como el país más perjudicado del planeta en esta materia, y el Estado aún no le da forma a una real política pública que enfrente esta situación. Entre otros problemas, nos hemos encontrado con largos y prolongados períodos de sequía, que literalmente han cambiado la fisonomía y hasta la flora y fauna de lugares que nos son familiares, y de los que no muchos años atrás tenemos otro recuerdo.
En el caso de las comunas rurales, la sequía es más preocupante aún, pues nosotros no vivimos de la venta de seguros, ni de la rentabilidad de las acciones, sino de la tierra misma, la que por lo general ha alimentado a nuestras familias por décadas.Pero si nosotros no producimos alimentos, nuestra sociedad no puede evolucionar hasta la venta de acciones, ni seguros.
Los APR (agua potable rural) son los programas con que el Estado llega hasta nuestros territorios, pues no existen los ramales de alcantarillados ni las grandes empresa de agua potable, sino el esfuerzo y unión de los vecinos, quienes de manera organizada y generosa optimizan este vital recurso, siendo un verdadero ejemplo para las transnacionales a la hora de ser eficaces y justos en su distribución y cobro, pero que extrañamente tienen poca resonancia a la hora de conjugar experiencia exitosas.
Los gobiernos locales, particularmente los rurales, podemos hacer mucho en materia de aprovisionamiento de agua para el consumo y riego, pero no basta en comparación con los alcances del Estado, por sus recursos humanos y financieros, y sus instituciones, y sobre todo una planificación a largo plazo, que hoy es más necesaria que nunca.
Es un ejercicio tan cotidiano el girar la llave de la ducha o de la cocina, y que salga agua, que nunca le hemos tomado el peso a lo que esto realmente significa, en el último tiempo hemos convivido con varios cortes de luz, lo que ha generado enormes problemas en nuestras actividades varias, imaginarnos sin agua, es aún más duro, complejo y peligroso.
No es necesario esperar a que tengamos que racionalizar el consumo para tomar medidas activas que nos protejan en el futuro, podemos hacerlo desde ya, como conciencia particular y como Estado, recordemos que no hace mucho tiempo Ciudad del Cabo en Sudáfrica sufrió por los cortes, debido a la prolongada baja de sus reservas; nosotros en Chile -puntualmente en la Región metropolitana- y con los bajos niveles que llevamos hasta ahora de lluvias (el año más seco desde 1959) no estamos tan lejos de ello.
El llamado es entonces a sentirnos frente a una amenaza real, a educarnos frente a este problema, a ser proactivos para combatirlo y a exigir a nuestras autoridades que se ocupen efectivamente y hoy de la falta de agua, que puede llegar amenazar nuestra existencia misma.
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