Los dos autoritarismos

Se dice que la social democracia está desapareciendo en el mundo occidental. Pero en realidad lo que está en riesgo es la idea del valor del compromiso político, y cómo  ella está en la esencia de la social democracia, por lo que no es de extrañar que esta se encuentre en serios problemas. Como plantea el gran filósofo israelí, Avishai Margalit, cuando el compromiso entre valores contrapuestos es “traición”; cuando a algunos les parece “asqueroso” - como escuché decir a un chileno - que las  verdades de cada cual se “subdividan” mediante la deliberación y el diálogo, la social democracia no puede existir. En realidad, el asunto es más grave, la democracia representativa no puede existir. 

A nivel global el problema es evidente. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial no se había visto en occidente un retorno al binomio del autoritarismo y al sectarismo como el que vemos hoy.

Hay partidos e individuos, periódicos y redes sociales que defienden causas justas o menos justas, desechando la tolerancia y el espíritu democrático como si se tratara de cargas superfluas y molestas que les impiden lograr sus propósitos históricos.

Unos son simplemente líderes autoritarios, armados con un lenguaje odioso, restaurador de privilegios y exclusiones, a quienes se  llama populista porque traen consigo una demanda de identidad excluyente, de nacionalismo y xenofobia. 

Otros son grupos sectarios,  verdaderos ejércitos angélicos, que se auto adjudican superioridad moral, y en nombre de la justicia desean reinventar la política, negando la democracia representativa y reclamando “las masas” y “la calle” como la única medida de legitimidad. 

Donde estas tendencias amenazan con imponerse, se recuerda el famoso verso de Yeats luego de la Primera Guerra Mundial.

“Todo se desmorona",

"el centro ya no puede sostenerse",

"se extiende la marea teñida de sangre",

"los mejores han perdido sus convicciones",

"los peores están llenos de una apasionada intensidad".

¿Están estas tendencias autoritarias presentes en el Chile de hoy? Yo creo que si, pero también sí creo que no son predominantes, hay fuerza suficiente para detenerlas, a condición, claro, que se constituyan  mayorías que revalorizan el valor del proceso democrático, lo que no me parece estar garantizado.

Todos sabemos que en el origen de este doble movimiento hay una enorme frustración.  Quienes están detrás son los perdedores de la globalización. Ahí están los viejos empobrecidos, que temen la diversidad, y caen rápidamente en la tentación de rechazar a inmigrantes que “les cambian el país”, a vincularlos con delincuentes, y a reclamar un orden,  que combata el conflicto y rechace la política.

Pero también están los que salieron con mucho ímpetu de la pobreza y hasta ahí no más llegaron; los jóvenes que en su corta vida, han visto políticos de izquierda y derecha hacer más de lo mismo, y enfrentan ese economicismo inmutable y brutal que ellos llaman neoliberal, donde todos sus derechos parecen mercancías transables. Son minorías numerosas e indignadas, y pueden ser conducidos en muchas direcciones, incluidas las positivas.

Una de ellas es la que denuncia la democracia representativa  como un negocio conducido “de espaldas al pueblo” por elites corruptas y ávidas de poder, que no están solo equivocadas, sino son moralmente inferiores. Digamos de inmediato que la social democracia ha sido en parte responsable de estas reacciones cuando ha extraviado camino, cuando ha perdido convicciones y participa de un estado de cosas corrupto o simplemente burocrático.

Cuando eso ocurre, la sociedad se polariza, el conflicto se hace irremediable y la gente siente que viene lo imprevisible, salvo que al final deteriorada gravemente la democracia, se repite un resultado históricamente conocido: se impone el poder del dinero y de las fuerzas globales; es decir, ganan quienes controlan las grandes corporaciones, la tecnología y las comunicaciones y las reformas se revierten o se acaban.

Eso pasó cuando los comunistas para hacer su revolución llamaban social fascistas a los Socialdemócratas de la República de Weimar, y los liberales centroeuropeos para hacer su democracia, llamaban comunistas a los social demócratas y más cerca nuestro, claro que sin la tragedia de entonces, volvió a pasar cuando el movimiento “Podemos”, por impulsar su indignación, ahogó al PSOE sólo para conseguir el gobierno indefinido de la derecha en España.

Sin embargo, la evolución de los grupos víctimas de la globalización no siempre tiene que ser negativa. En algunos países puede ocurrir que la sociedad y la política resistan la caída libre hacia la polarización, que el centro aguante, y la marea irrumpa no en favor de la confrontación, sino del vasto acuerdo político que permite que muchas de sus justas aspiraciones sean apoyadas y canalizadas y aquellas que no lo son, legítimamente alejadas o procesadas, sin sacrificar la paz.

No he perdido las esperanzas que en Chile ocurra algo así. Que por una parte, haya sectores de derecha que bloqueen la aparición de un pluto-populismo de signo restaurador que abre la puerta a la xenofobia y el rechazo a la diversidad.

Y que por el otro, la centro izquierda sostenga sus convicciones y contribuya a que las nuevas fuerzas contestatarias evolucionen en un camino de unidad, invariablemente democrático y a mediano plazo, inevitablemente social democrático. 

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