Hace casi un año y medio las multitudes coparon las calles del país en un acontecimiento que desafió al sistema político, a las élites y al modelo de desarrollo y de sociedad que venía desplegándose los últimos cuarenta años.
Hace un año, el primer caso de contagio por SARs-Cov-2 aterrizaba en el país, marcando el inicio de un tiempo inesperado, de una seguidilla de eventos que ha marcado nuestra experiencia vital, con personas enfermas, algunas graves y muchas familias que han debido lamentar el fallecimiento de alguno de los suyos.
La pandemia, además, ha implicado dramas cotidianos marcados por la necesidad material, ante la pérdida de empleos e ingresos, así como también la pérdida de libertades, como las de movilidad, de reunión y de sociabilidad.
Hace poco más de 4 meses, la ciudadanía en pleno acudió a votar en un plebiscito que abría la puerta para generar una nueva constitución basada en la deliberación de la sociedad toda en el marco de un proceso democrático, único en la historia del país.
En un mes más, serán las elecciones para definir quiénes conformarán la Convención Constituyente, los que deberán encarnar el espíritu, las visiones, los intereses y los proyectos de quienes habitan en este territorio.
Son tiempos extraños, intensos, con alegrías e ilusiones, así como con profundas penas y dolores. Con víctimas de la Covid-19 y de la represión policial, con personas hospitalizadas y otras encerradas o mutiladas. Con cesantes y subempleados, con empleados precarizados por nuevas condiciones de trabajo expuestas al riesgo sanitario o bien a la sobrecarga psicológica y emocional de transformar sus casas en una especie de institución total en que se debe cumplir con todos los roles posibles a la vez.
Son tiempos en los que se requieren reflexiones tan profundas como las relativas a la libertad, a la dignidad, el bienestar, la igualdad, los derechos, la propiedad, etc., a la vez que se debe pensar y actuar con base en lo cotidiano y lo concreto, como la necesidad de alimentación y de techo, el dolor, la salud, el respeto y los afectos.
¿Nacemos libres e iguales? ¿La sociedad nos clasifica, diferencia y discrimina? ¿Nacemos diferentes y la sociedad y sus instituciones nos hacen libres e iguales? ¿Cómo podemos hacer para que se ejerza la igualdad de derechos y dignidad de todos? ¿Es de verdad posible ponerse de acuerdo para establecer un marco para un mañana mejor?
Son tiempos marcados también por una sociedad diversa, con mayor individuación y una búsqueda mayor de autonomía, con una gramática neoliberal que define proyectos de vida individuales/familiares desanclados teóricamente de lo colectivo, pero determinados a partir de la posición de cada uno, de sus redes, sus espacios de oportunidad y, en alguna medida, de su esfuerzo.
Hay mucha singularidad, pero a la vez hay un espesor enorme de experiencias comunes que remecen y problematizan la idea del proyecto individual. El malestar por sentirse abusado y pasado a llevar, el desgaste de los viajes en transporte, el endeudamiento y la preocupación por llegar a fin de mes, los maltratos cotidianos, la desconfianza en quienes tienen poder, la certeza de avizorar una vejez sufrida, la incertidumbre frente a ser capaz de ofrecer una mejor vida a los hijos.
Esa experiencia común es relativamente fácil volcarla a las calles, pero no a los escaños de una Convención compuesta por 155 personas con sus individualidades, sus creencias, ideas, experiencias, prejuicios, intereses, presiones y éticas. No existe una voluntad general como la teorizada en la Revolución Francesa, unánime y emocional, correspondiente a un pueblo único y total; en la realidad existen intereses individuales y colectivos, sociales y corporativos, que se disputan entre sí, que deben deliberar, argumentar y establecer alianzas para defender sus propuestas.
Se trata de un espacio pacificado, con normas y patrones de conducta acordados, en que la violencia no tiene cabida. Y en que los que se sienten a debatir verán enfrentadas visiones de país opuestas, quizás radicalmente, pero que deberán procesar políticamente esas diferencias, con la presión de no defraudar a sus representados ni a sus promesas y principios.
La construcción intersubjetiva de institucionalidad es un fenómeno sociológico que puede hacer el recorrido desde el malestar y la rabia expresados violentamente, la respuesta más violenta y amparada en la impunidad desde los agentes estatales, a la activación del sistema político en la necesidad de dar una respuesta, la politización de la sociedad para jugar un rol en los mecanismos definidos, para que finalmente exista diálogo y deliberación en lugar de fallecidos y mutilados.
No se ha llegado hasta aquí gratuitamente, hay muertos, heridos y presos. Sigue habiendo abusos y rabia, sigue habiendo sospecha, pero también esperanza. Todos y todas importan, todos cuentan, y quienes van en las papeletas deben estar dispuestos a cumplir su rol a cabalidad, sin pequeñeces, sin mezquindades, sin soberbias, porque se llega a la puerta tras un camino de lucha y mucho dolor.
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