El 30 de este mes, en la Estación Mapocho, se realizará una jornada de homenaje y de cálido recuerdo al Cardenal Raúl Silva Henríquez. La invitación a participar de este encuentro está marcada por dos conceptos fundamentales: “Alma de Chile” y “El diálogo”, ambos vinculados estrechamente a su quehacer y discurso.
Raúl Cardenal Silva Henríquez no fue sólo un pastor lleno de amor por el pueblo chileno; fue también una luz en medio de la oscuridad, el dolor y la muerte que sembró la dictadura militar. Con firmeza, con seguridad, con valentía se convirtió en un guía que, con decisión, hizo de la iglesia católica un lugar donde encontrar protección y espacios de participación y organización.
El homenaje que se realizará el 30 de este mes es una oportunidad propicia no sólo para traerlo a la memoria, sino también para establecer un paralelo y definir las diferencias entre la iglesia que lideró Raúl y la actual. Con ese propósito, revisé hace poco varias ediciones de la revista “La Voz”, perteneciente al episcopado, publicada entre 1953 y 1964; en esas páginas encontré a la Iglesia comprometida, luchadora. No había duda en la misión que apostó por la redención de los pobres y que se involucró en sus luchas por justicia y dignidad.
Tan distinta de esta iglesia, cuya jerarquía vive encerrada y cómoda en su entorno plácido, grato y obsecuente con el poder económico y social, más preocupada de lo fácil: el discurso y la apariencia, que de lo complejo y demandante, hacer carne el discurso revolucionario del Cristo que dice representar. Hoy, la iglesia católica enfrenta un amplio descrédito que deriva no sólo de la protección que se ha dado a curas pedófilos y abusadores, sino también de su lejanía de las personas y sus dolores, miedos y esperanzas. De hecho, lo primero es también una expresión de lo segundo: los niños, las niñas, los débiles vulnerados no importan, lo que importa es la imagen de la institución.
¿Qué pasa hoy, que ésta y otras iglesias parecen más comprometidas con el poder, que con las personas? Difícil identificar sólo una razón; aunque si nos remitimos a la historia, es el lugar que han ocupado casi siempre; antes hacían y deshacían alianzas con las monarquías, hoy lo hacen con los grupos de poder. Fueron y son en si mismas un poder y así lo reconocen las elites y a ellas recurren como herramienta de dominación. Es una historia triste y oscura, apenas iluminada por el destello de algunos seres especiales que sí han sabido interpretar el mensaje de Cristo y que como pastores, conviven con las penas y alegrías de las ovejas.
Insisto, no sólo es la iglesia católica, sino también otras que se definen como cristianas las que están guiadas por jerarquías que simplemente ignoran la realidad y la voz de la comunidad y prefieren ser la voz de unos pocos, pero que son lo que mandan.
Así lo vimos el domingo, en el marco del Te Deum evangélico - supuestamente destinado a ser una acción de gracias por Chile -, que terminó siendo una acción política concertada en la que, por un lado, se le entrega tribuna a un pastor candidato y se ovaciona al candidato presidencial de la derecha y, por el otro, las mismas barras bravas se encargan de insultar a la Presidenta de la nación. Dicen que fue en defensa de sus principios y convicciones, pero no recuerdo que fueran tan “valientes” cuando los invitados de honor eran Augusto Pinochet y sus secuaces.
Malos momentos para el país. Ciertamente el “Alma de Chile”, que tanto preocupó a Raúl, hoy se encuentra gravemente herida: la desconfianza, el rencor, el miedo, la rabia, la indiferencia, las amenazas (la carta de los ex comandantes en jefe), el mesianismo y la discriminación, entre otros, son sólo algunos de los puñales que la están destrozando, envenenando la convivencia cívica.
Para curar esas heridas, para fortalecernos y ser capaces de avanzar, el recuerdo y el ejemplo de hombres como Silva Henríquez, nos impelen a tratar de ser mejores, a superar nuestras naturales imperfecciones y a ser valientes y generosos. En esa perspectiva, debemos entender que mucho de su trabajo sigue siendo materia pendiente.
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