El desplome

El 18 de octubre no sólo se aparece en las peores pesadillas de Sebastián Piñera, sino en las de toda la clase política y empresarial en general, además de en las de otros integrantes del club que manda Chile desde tiempos inmemoriales: fuerzas armadas, poder judicial, carabineros, medios de comunicación, iglesia.

Para la elite fue tan brutal lo seguido a la acción de evadir, iniciada por estudiantes del Instituto Nacional y Liceo 1 de Niñas, que estos días sólo se ha consolidado con los duros porcentajes dados a conocer por lo que la clase política denomina, “la biblia”: la encuesta del Centro de estudios públicos, CEP.

Un seis por ciento de aprobación para Piñera, un tres por ciento para el parlamento y un dos por ciento para los partidos políticos, mismos actores que por estos días nos prodigan con una danza de acuerdos, leyes, proyectos, interpelaciones en las que parecen no darse cuenta que se hablan entre ellos y para ellos, no para el pueblo que desde el 18 de octubre los mantiene arrinconados y en estado de perplejidad.

Los primeros días, después del estallido, hubo un reconocimiento de las deudas que el país tiene con la gente. El 25 de octubre vimos y participamos de una de las más masivas manifestaciones en las calles de casi todo el país. Algunos dijeron “entendimos el mensaje”, otros se parapetaron en sus creencias y miedos, otros avalaron la represión brutal contra el pueblo organizado.

Los medios de comunicación descubrieron que el chileno/a medio/a piensa y sabe hablar de corrido.

Se movió levemente el cerco de la desinformación, de la protección mediática del sistema económico, social y cultural que se nos impuso en dictadura y que se “amononó” en la democracia representativa.

Pudimos oír a ciudadano/as que ya no contestaban con monosílabos; que no entregaban la repuesta políticamente correcta, sino que se atrevían a formular opiniones, elaborar argumentaciones claras contra el gobierno y la clase política; respecto del sistema previsional, de los bajos sueldos, de los costos abusivos de los telepeajes, de las deudas del CAE, de la mala atención en hospitales públicos, del precio de los medicamentos, de una justicia nada ciega que ve muy bien cómo está vestido y cuán rebosante es la billetera del acusado y de un largo etc.

Tan desconcertados estaban, que los medios de comunicación hicieron paneles con invitados más diversos, y, a la vez, más representativos del malestar ciudadano, de soluciones y respuestas alternativas; de personas que, ante la ausencia del Estado, idean, crean para salir adelante. En resumen, la pantalla se refrescó.

Pero la intensidad de las movilizaciones bajó en diciembre; se mantienen así en enero y, probablemente, desaparezcan en febrero: “ciclo”, que le llaman. Y eso fue suficiente para regresar a lo mismo.

Y la clase política y la élite volvieron a caminar a su ritmo, debatiéndose entre la mediocridad, la ignorancia, la estupidez.

Volvieron a las pantallas los mismos de siempre, en su mismo tono entre prepotente y agresivo, replicando de alguna manera el escenario vivido tras el triunfo del NO en 1988: “Chicos (estudiantes, sindicalistas, organizaciones sociales), gracias, ya hicieron lo suyo; ahora nos encargamos nosotros, los que sabemos, los ilustrados, los doctorados, los iluminados”. No entendieron nada y parece que se les olvidó el miedo que los impulsó al acuerdo del 15 de noviembre. Se les olvidó que, como a todo el mundo se nos “aparecerá marzo”.

Vivimos un desplome total de las instituciones, de la política, de la religión, de las fuerzas de resguardo del orden público, mientras esta clase dirigente sigue ebria de un poder y autoridad que ya no tiene, caminando, viviendo, respirando como si nada, hasta la estocada final, o hasta el hundimiento de la nave.

¿Qué queda?... Quiero creer que la esperanza. Esperanza de que seamos capaces de construir algo mejor. Pero esa esperanza sólo se sostendrá en la medida que, esta vez, la ciudadanía no se vaya para la casa; que esta vez nos mantengamos alertas, informados, pendientes de recordarle a una nueva clase política cuál es el origen de su autoridad y poder. Nosotros.

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