Apuntes de apicultura política

Mi cabeza se lleva muy bien con el azar metonímico de internet. Así, interesado por “La Colmena” de Camilo José Cela llegué al texto de un apicultor que se preguntaba simplemente ¿qué hacer con una colmena muy agresiva? …Que me perdone Cela esta vez, pero me pareció más interesante forzar recursos imaginativos con esa pregunta mínima.

Creí -de pronto- estar en presencia de una pregunta que abriría cualquier reunión de un estratega de alta política con ese halo de cientificidad medio absurdo a veces, preocupado por las hordas de ciudadanos indignados.

“En regiones subtropicales y tropicales es muy común trabajar con abejas africanas (Apis mellifera scutellata)” -dice un apicultor- (al que pido disculpas por usar sus palabras). Esta abeja es “manejable” pero siempre aparecen en los apiarios algunas que son muy agresivas y estropean la labor de “manejo” ya que se vuelven muy molestas para el apicultor y para las demás abejas (para las abejas “sofisticadas” diría un “apicultecto” chileno) del colmenar, “que se excitan con el nerviosismo de estas y con el olor al veneno de sus picaduras”.

Es esa falta de “sofisticación” que exhiben algunas abejas “violentistas”, ese malvivir y ese resentimiento tan propio de las clases populares -dicen los apicultores más conservadores.

Además “si las colmenas están cerca de granjas o de viviendas es un verdadero riesgo de accidente”. Podrían levantarse incluso en contra de los intereses del apicultor como en ciertos casos de colmenas revoltosas en Aysén o Calama.

Se piensa que estas abejas han recibido los genes de su ex – reina, y a través de ella, de castas revoltosas de abejas rojas desde los albores de la revolución de las abejas francesas.

Han recibido además características defensivas y fundamentalmente agresivas para sus propios apicultores y sus animales domésticos (un séquito de seguidores del apicultor que han pactado con él ciertas comodidades y servicios a cambio de una cuota de disminución de dignidad).

Por lo general, las abejas agresivas son muy prolíficas, populosas y productivas. Claro, qué menos se podría esperar de abejas tan “libertinas y promiscuas”.

Pero el problema no es tan complejo -acotan los apicultólogos- si la agresividad tiene su origen en la reina, con cambiarla… (a veces “cambiarla” en el lenguaje de apicultólogos chilenos ha sido un eufemismo) se solucionaría el problema.

Pero ¿quién se arriesga a esta operación? –interrogó un dirigente apicultor- (ante la pregunta algunos apicultólogos más viejos se miraron nerviosos).

Cambiar la reina de la colmena, implica soportar estoicamente dolorosas picaduras.

Lo que suele pasar, se quejan algunos rancios apicultólogos conservadores, es que al poco tiempo de reemplazar la reina reaparece una gran colonia zanganera.

Horfanizar la colmena no es tarea fácil. ¡Que no se crea!

Horfanizar la renovada colmena chilena, si pensamos en una psicoanalítica tesis en uso, ya tuvo su comienzo. Pero ahora no se trata de “reemplazar” la reina, sino de saber manejar los tiempos de la abeja de la colmena, la simple abeja numerosa y corriente que usa el Transantiago.

Dice otro experto apicultor (con el que también me disculpo), cuando matamos o retiramos la reina de la colmena, “las abejas pierden su presencia física, que es una de las que indican su existencia, pero no es la única forma de presencia para el resto de la colmena”.

Debemos saber que existen “otras señales” que cohesionan “socialmente” a las abejas, las huellas afectivas por ejemplo, el “vínculo” profundo que une a las crías con su reina. Se trata aquí, si me permiten profundizar la analogía, de lazos históricos y no únicamente de “liderazgos contingentes”.

Un consejo que enfatizan los apicultores reales (más que el conocimiento se los dice la experiencia) es no olvidar que para cualquiera que quiera hacer la introducción sin guantes (para nosotros, horfanizarnos sin engaños), porque estima que es necesario (por las razones que quiera) reemplazar a la reina, primero, debe lograr la mansedumbre de la colmena, esto es, cultivar la confianza de las abejas, porque no puede el apicultor pretender que las abejas acepten una nueva reina (una nueva forma de gobernarlas) mientras las abejas le envenenan la sangre de las manos.

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