La injusta distribución de la credibilidad

Los chilenos se han expresado multitudinariamente en todo el país y al respecto hemos escuchado con insistencia entre líderes de opinión de todo tipo y bandera, que la gente conoce sus problemas mejor que nadie. No existirían más -vaticinan algunos políticos e incluso reputados analistas - los buenos “intérpretes” de los intereses de la gente. 

Pero a pesar de todo, advierten, intelectuales, políticos y expertos, no necesariamente la gente conoce la forma de solucionar los problemas.

Hemos escuchado, sistemáticamente, que la ciudadanía expresa la desigualdad que padece con precisión. Pero las respuestas están en otros espacios, en espacios institucionales, por cierto; o en otras mentes, unas más instruidas, unas que habitan, sobre todo, la distancia y el sosiego de la racionalidad.   

Se ha dicho que la ciudadanía tiene sentimientos en exceso, pero no conocimiento suficiente. Nos dicen que fundamentalmente el conocimiento es patrimonio de los(as) expertos(as).

Elevar la opinión ciudadana a conocimiento valioso es barbarie, ha afirmado un prestigioso abogado; es regresión, apuntó un conocido psiquiatra. Son los expertos quienes soplan al oído del poder político cuánto se debe escuchar de lo que dice la gente y cómo se debe traducir ese balbuceo pulsional en ideas razonables. 

Pues bien, todo esto en el fondo no es sino otra forma de injusticia, un poco menos perceptible, naturalizada y muy sofisticada forma de injusticia, que produce un efecto discriminatorio de profundas consecuencias.   

Esta opinión la apoyo en el concepto de “injusticia epistémica” que se ha venido desarrollando en el campo de la epistemología social sólo recientemente.

Este concepto, propuesto por Miranda Fricker el 2007, y ampliado por José Medina (2013) y Gaile Pohlhaus (2017) describe lo que sucede con especial intensidad en sociedades desiguales cuando alguien o un grupo, es injustamente atacado(a) o devaluado(a) en su calidad de actor social, en su capacidad de interpretar su mundo válida y legítimamente desde el punto de vista o identidad que libremente él o ella cultive. 

Un tipo de injusticia epistémica es la injusticia testimonial, la que se expresa cuando le asignamos menos credibilidad al testimonio que nos da o presenta alguien, por el hecho de pertenecer o provenir, por ejemplo, de un grupo con estigmas negativos o por pertenecer a un grupo cuyo conocimiento es devaluado.

Le asignamos menos credibilidad a un testimonio si viene de un pobre, de un inmigrante, de un joven, de alguien sin educación formal, de un adulto mayor, en fin, de ese grupo de identidades que parecieran conformar la mayor parte Chile. 

Y esto es importante para la situación que hemos descrito, hoy le estamos atribuyendo a la gente gran credibilidad en el diagnóstico, las autoridades lo están declarando a los cuatro vientos, pero seguimos descreyendo de la competencia de la gente para identificar las soluciones. 

La distribución de la credibilidad también está afectada por variables injustas.

¿Por qué deben ser más creíbles los actores sociales que pertenecen a ciertos grupos, que ostentan ciertas características y cultivan cierta perspectiva?

¿Por qué ciertos conocimientos con independencia de su pertinencia o calidad son mejor evaluados que otros?

¿Por qué cierta manera de argumentar nuestro testimonio es mejor evaluada o más creída?  

Piénselo, hay personas a las que le creemos más que a otras porque se ven o actúan de la manera en la que hemos aprendido que se ven y actúan los que saben.

Hay personas a las que les creemos más porque hablan en lugares en donde hablan los que saben más, la televisión, la universidad, el congreso.

Definitivamente hay gente a la que le hemos estado creyendo más de lo que deberíamos y gente a la que le creemos menos sin haberla escuchado o sin haberla conocido.

En Chile evidentemente, la credibilidad, como todo lo demás, también está mal distribuida.

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