Chile Vamos y su gobernabilidad, crecer hacia el centro ante oleada autoritaria

Hace rato que se están debilitando las democracias en el barrio latinoamericano. Por lo mismo, las personas tienden a despreciarla. Y lo peor, es que a veces lo hacemos de manera justificada, dado que la denominada “clase política” se niega a salir de su letargo y de su confortable estatus de privilegios y le sigue poniendo todo tipo de inconvenientes para que la ciudadanía tenga lugar en el ejercicio de su supuesta soberanía. 

La verdad, cuesta creer en los políticos y la política cuando nos recargamos de “cuentos” y nos sometemos a disputas que, en rigor, a nadie o a muy pocos les interesan. Y cómo no, si a la vuelta de la esquina nos encontramos con inoperancias en salud, educación, pensiones, seguridad pública y un largo etcétera de asuntos que a todos nos preocupan y que sin embargo no son prioridad nacional. 

Así se instala la convicción de que la política y los políticos no servimos para nada. Además, que somos mentirosos y hasta ladrones. Y ante este cuadro, y de manera poco comprensible y peligrosa, empezamos a ver sinceridad en actitudes y comportamientos agresivos y hasta irreverentes de ciertos personajes, como si estuviéramos esperando la llegada de nuevos salvadores, tipo superhéroes justicieros, que vengan a poner los puntos sobre las íes. 

El problema es que ellos, en vez de hacer que la sociedad supere sus dificultades y construya mayor estabilidad social y política, nos contagian con arengas y llamados a tomar la justicia en nuestras propias manos. Cuando la idea es propiciar una convivencia más armónica, al revés, nos instan a renunciar a nuestras libertades y derechos a cambio de una vida más represiva tras la promesa de vivir supuestamente “a salvo”. 

En la izquierda y en la derecha surgen estos personajes, que son una mezcla perversa entre Stalin y Hitler. O si se quiere más locales, Pinochet, Fidel, Maduro y Bolsonaro, los que tanto asustan en el continente.

Todos generan revuelo, sobre todo el caso del candidato presidencial brasileño, porque le abrió el apetito autoritarista a algunos de nuestros líderes criollos, cuya popularidad impulsada irresponsablemente por la prensa comienza a tomar forma de extrema derecha, por cierto, gracias a la enorme sed de revancha que aún subsiste en los nostálgicos de la dictadura militar. 

La franqueza nos obliga a asumir que José Antonio Kast sigue creciendo en el respaldo popular, hablamos quizás de 1/6 del electorado, factor que ocasiona simpatías en un segmento relevante de Chile Vamos, pese al enorme esfuerzo de construir una centroderecha democrática por parte de quien hoy es su líder principal, el Presidente Sebastián Piñera, quien trae por misión el darle gobernabilidad al país, resaltar la mesura y la sensatez y avanzar en el desarrollo integral para el total de la población. 

Chile Vamos es una coalición en franca maduración, cuya fortaleza está en haber sido capaz de merecer el respeto de la clase media popular y tradicional que valora la democracia y que siente que se trata de un régimen que le da garantías efectivas para poder salir adelante y lograr un respaldo de su esfuerzo.

Esta coalición logró penetrar en esa voluntad de voto consciente e informado que habitualmente apoyaba a los partidos de centro, cuya descomposición devino de una izquierda que los absorbió, al punto de dejarlos sin expresión. 

En consecuencia, como en cierta derecha existen facciones que no miran con desagrado el retomar las banderas autoritaristas de antaño, el bando número uno consiste en tener la suficiente voluntad política para seguir creciendo hacia el centro y así fortalecer aquello que nos permite ofrecer una alternativa democrática que asegure estabilidad política y social, con estrategias claras de desarrollo, y que mantenga de pie el compromiso con los derechos humanos. 

Es la estabilidad democrática versus el autoritarismo. He ahí el dilema.

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