La Herencia de Piñera ¿una nueva República para Chile?

Hace 4 meses por este mismo medio y bajo este mismo encabezado, proponíamos la necesidad de un acuerdo nacional entre oficialismo y oposición para hacer frente al sentirse abusados de los ciudadanos.

Estábamos equivocados, porque el mensaje iba dirigido a la ascendente polarización e intransigencia de los diversos actores políticos, cuando en realidad el foco debimos ponerlo en el todo el espectro social.

Plateamos que la herencia de Piñera podría ser un efectiva centro derecha con plena vocación democrática, con altura para darnos gobernabilidad, cuando en rigor y, porque la dolorosa frialdad de los hechos así lo han determinado, esa herencia oscila entre la fractura total de nuestra imperfecta democracia y la posibilidad cierta de generar las bases fundacionales de una Nueva República, más justa, más libre y más segura y, claro que puede ser ninguna de las anteriores y simplemente pasar sin pena ni gloria.

La gran dificultad de la clase política en estos días ha sido poder leer el significado esencial de ese sentimiento de la ciudadanía de sentirse abusados por una sociedad que le pone más barreras que soluciones a sus problemas.

Las enumeraciones abundan desde la tarifa del Metro como detonante hasta el Tag, la atención de salud, las contribuciones, el precio de los medicamentos, los desproporcionados sueldos de parlamentarios y funcionarios públicos, pero la cuestión no es, ni por asomo, una enumeración de situaciones.

Es decir, asistimos a un proceso profundo de cambio no sólo social, sino cultural y económico también.

Ha surgido una nueva clase media, amplia y diversa en ingresos, creencias, aspiraciones y empoderamiento, que pretende un país seguro y en paz, pero con el mismo énfasis libre, maduro y donde el ejercicio de la soberanía es de todos y de cada uno, y la política debe estar a su servicio.

Es difícil que las fuerzas tradicionales de la política, incluido el Frente Amplio, puedan por sí solos dar respuesta a este fenómeno.

Dirán algunos que el modelo o los modelos de desarrollo deben cambiar y que se requiere un nuevo rayado de cancha, otros tratarán de proteger ciertas estructuras por convicciones de responsabilidad económica, política y social.

Lo cierto es que habrá mucha opinión desesperada dando vueltas, pero ningún camino será posible si no se impone un ambiente de convergencia y unidad que se haga cargo de superar la violencia y condenarla desde todos los sectores y por todos, haciéndose cargo de esclarecer la eventuales violaciones a los DDHH por agentes del Estado durante el Estado de Emergencia.

Medidas inmediatas, afortunadas y desafortunadas aparecerán desde el ejecutivo, el congreso, la sociedad civil, y algo de tranquilidad retornará a las calles, pero si no se toma conciencia de que se ha abierto el proceso de cambios y que debemos en conjunto superar sus resistencias, solo estaremos peligrosamente postergando un duro escenario.

Sin embargo, Chile tiene vocación de transición pacífica y el estado de la situación puede permitirnos acompañar con cordura y sensatez este proceso de cambio, reconociendo de buena fe la institucionalidad y liderazgo de la Presidencia de la República, el Parlamento y el Poder Judicial, construyendo una instancia de diálogo político-social-económico, con formato de cabildo abierto y/o asamblea de la civilidad que se componga con la participación de todos los sectores de nuestra sociedad y por mandato de la voluntad popular.

Al respecto como Fundación Estado Solidario, plateamos que se aborde la situación efectiva de legitimación institucional en lo político, social y económico, como la legitimación de los partidos, el defecto del clientelismo electoral, las barreras de ingreso a  liderazgos circunstanciales, los instrumentos de cuidado, control y participación ciudadano, el diagnóstico de si efectivamente topamos techo con el actual modelo económico, la discusión y contradicciones de la dimensión de derecho social de la educación, la salud, entre mucho más.     

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