Se comenzó hábilmente con Chilezuela el miedo, ese poderoso mensaje de caos, violencia y carencias que nadie quiere vivir. Que toca esa fibra sensible, y que frente a esa encrucijada te ves obligado a la resignación de quedarte con el malo conocido, el lugar de pseudo confort ante la incertidumbre.
Ese miedo que refuerza y pone en valor la propuesta de un producto, un gobierno, una administración, una gerencia, que te tendrá lejos de semejantes situaciones apocalípticas, en complicidad con abundantes noticias de la tragedia extranjera, pero nula cobertura de los dramas nacionales. Esto se refuerza con nuestra manía de compararnos con otros países, encontrando siempre la forma de verlos despectivamente, e inventándonos nosotros falsas superioridades.
A veces la realidad se impone brutalmente a las planificaciones y a lo previsto en los mandatos pomposos de los poderosos de turno, donde confluyen distintos actores en algo que da la apariencia de una metamorfosis.
Al mirar esa realidad y el estallido social, es una falacia que no existieran señales, al igual que con el reactor 4 de Chernobyl, simplemente no fueron consideradas o lisa y llanamente no se tomaron en cuenta, para que el experimento durara lo máximo posible.
Señales como Freirina, Aysén, Punta de Choros, movimientos portuarios, estudiantiles, gremios de la salud o aquellos profesores que siempre van a la plaza de la Constitución por el daño previsional, familiares de detenidos desaparecidos los días viernes en la moneda, y que como muchas otras causas nadie los toma en cuenta.
En un país donde tanto importa la propiedad, paradójicamente nadie puede atribuirse por sí solo ser el dueño de este maravilloso renacer. Si es importante destacar, la fuerza y la renovadora energía de los secundarios.
Fueron los estudiantes secundarios, aquellos que a pesar de los constantes prejuicios y maltratos, lograron movilizar a un muy aletargado país ante los abusos constantes. Abusos que recuerdo en mis días de estudiante, de cuando en el transporte interprovincial te obligaban a ir de pie ya que pasabas todo el día sentado en clases, como si eso fuera una culpa o un tipo de descanso, frente al agotamiento exclusivo de los adultos.
El país estalló, el experimento fracasó, como un reactor estalló aunque algunos no lo creían o no lo querían asumir, teníamos nuestro propio Chilernobyl. Y escapó eso que tratamos como si fuera radiación, que siempre se ha tratado de contener y de ocultar, de tapar, de enviar a la periferia… La pobreza. La radiación de la pobreza que incomoda a esta sociedad, que busca como sea taparla con censura en los medios, como los guardias sacan a las personas que te piden una moneda cuando estas comiendo en el mall, si señores la pobreza se tapa, y después es más cómodo creer que no genera secuelas, pero al igual que la radiación deja huellas profundas que traspasa generaciones.
Y cuando aquello que se estaba tratando de manejar como si fuera una huelga más, tratando de ganar tiempo gerenciando los conflictos, esperando que la huelga se termine, se desgaste y ojalá manteniendo todo tal cual, donde la prioridad es aparentar la normalidad sin tener la situación resuelta.
Como si fueran pocos los desafíos ya expuestos, se suma con un vertigo feroz el coronavirus, y aprendimos de forma brutal que "el mayor factor de riesgo ante el coronavirus era la pobreza", nuestra tormenta perfecta, nuestro CoronaChile.
Éramos los mejores preparados incluso mejores que Italia, teníamos de todo, pero con el paso de los días ni las cifras cuadraban, y claro si cuando estaban vivos los pobres no contaban, con mayor razón cuando estaban muertos no fueron contados. Un sistema cruel los comenzó a omitir, a modificar definiciones operacionales, que con resultado de PCR si contaba, pero no todos alcanzaban a tomárselo o resultado llegaba cuando era demasiado tarde. Hay más cosas, que están en manos de la justicia en este momento.
Pero entre tanta tormenta hay signos luminosos, ejemplos de coraje, solidaridad, toneladas de resiliencia. Comida rica sazonada de fraternidad en ollas comunes a lo largo del país, trueques, una forma distinta de ser y construir comunidad, un país distinto, un país que va a tener su metamorfosis con el plebiscito, un país que tendrá una nueva constitución, una que nos genere orgullo, que plasme los anhelos más altruistas y lleve a nuestro país a un esplendor nunca antes visto.
Donde no existan pesadillas azuzadas por Chilezuela, que la pobreza no sea vista como tener radiación en Chilernobyl y que la salud deje de ser un privilegio a la hora de enfrentar la pandemia del coronavirus en CoronaChile, y que con el plebiscito todo lo anterior sólo sea un mal recuerdo de una época triste que Unidos logramos superar con un plebiscito y su posterior nueva Constitución.
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