Cuando el miedo re-convierte una institución

Discursivamente hablando, estamos en el peor de los mundos, las verdades suelen ser relativizadas a diario y no se hace por medios tradicionales, de frente o por algún medio conocido (menos re-conocido). Esto sucede, porque con el correr del tiempo determinados valores pierden pertinencia, pues nadie se preocupa de defenderlos o sostener lo que encarnan. La pos verdad se instaló como un discurso operante y galopa dejando su estela de dudas.

Los responsables de pronto somos todos, pero más lo son las instituciones. Nadie o pocos hicieron formación ciudadana y/o educación cívica de verdad en los colegios, formación partidaria al interior de los partidos políticos, tampoco se hizo en la mesa de nuestros hogares.

El modelo económico nos despojó de ir a almorzar a nuestras casas;  en muchos casos de ver crecer a nuestros hijos.

La repolitización impuesta primero, luego discursivamente aceptada desde la dictadura, implicó escuchar y tener miedo; asumir que la política era algo malo, ineficaz y corrupto. Y se  logró plenamente, el miedo nos consumió y nos moldeó.

Hoy la formación se hace en la calle, cuando se marcha, en el barrio y en las asambleas de todo tipo, bien que así sea, así comenzaron la incipientes políi, a dar densidad valórica a la política, pero luego hubo mucho más, que entre nosotros está ausente.

Hoy se rehúye a algún tipo de representación formal y, quienes todavía creen en ella, son en algunos casos, tildados de traidores, o de vendidos al sistema. En las asambleas se construyen verdades, que se defienden dependiendo de quienes asistan, pero cuando se requiere formalización, reglas, estatutos e institución, todo queda en nada, así, no se avanza; ahí mismo se configura la imposibilidad de construir consensos vinculantes, necesarios para la defensa de valores permanentes, necesarios para que esas voces sean algo más que solo voces. 

En las asambleas, algunas veces se disfraza la verdad e irrumpe alguna pos verdad, que no siendo cierta, sirve, porque moviliza, porque suele ser pasional. Sosteniendo la existencia de una falsa idea, es imposible sustentar espacios que por lógica se basan en diferencias, es más, quienes suelen asistir, suelen ser iguales entre ellos mismos, por lo tanto rechazan la desigualdad e incluso están dispuestos a tirarles bencina a quienes piensen y actúen distinto.

El modelo, fragmentariamente comprendido, es y será el culpable y como es tan complejo vencer, se busca una institución a la cual hay que tensionar, una autoridad a la cual hay relativizar.

En la asamblea no existe autoridad que represente algo, se representa a sí misma, es más, no necesita representante, puede ser cualquiera. Al final del día, la verdad se construye así, es una decisión de asamblea, en su incapacidad de construir espacios de representación responsables, no quieren caras identificables, les resulta mejor ejercer la voz anónima, con razones también anónimas, con instituciones que las escuchan, con aparatos anónimos; con discursos silenciosos, que son también anónimos y con actores que al final del día, se convierten en tan insignificantes que es mejor tenerlos en el anonimato.

La  política requiere hacer público ese espacio, en eso consistió uno de los tantos principios griegos: el llevar la discusión argumentada al ágora, a la plaza y despojarla de su matiz sagrado, para que lo asuma el ciudadano.

El espacio para el debate no es solo la calle, la sala o los auditorios, es forzosamente poner el discurso en el ámbito público, someterlo a argumentos, Parresia - le decían -, o sea decir la verdad buscando la justicia, si la verdad no se convierte en institución, entonces la justicia es solo un discurso, retórica, lo que explica el vacío de poder al final del día.

Por lo mismo en una institución despojada de la idea de verdad y justicia, un funcionario (a) cuando se desprende de su rol y señala que, lo que dice lo dice a título personal, se convierte en un actor político, defiende su verdad antes que lo que institución representa; así, ésta comienza su lenta caída.

No hay instituciones cuando estas no tienen un sistema de creencias que defender. Esto suele suceder cuando se escucha a minorías silenciosas y ocultas, siempre dispuestas a hacer valer sus intereses cuando los intereses generales se pierden  en el horizonte, cuando se hegemoniza un discurso que no se somete a la verdad, sino que manipula con medios de escaso valor, para fines sin valores. 

Así entonces, conviene re-mirar la historia fundante de cualquier institución, referenciar hechos y decantar valores, podremos equivocarnos en desarrollar determinados procesos, pero si ese error, no se sustenta en la defensa y consolidación de ningún valor, entonces poco se  puede sostener, se burocratiza la idea de moral en el anonimato, nadie resuelve, nadie asume lo que todos ya saben, porque por fuera la asamblea no deja de funcionar, su labor ya la hizo instaló ideas, sembró el miedo que lo suelen cosechar los cobardes.

Así nació el fascismo y los regímenes totalitarios, soterradamente, individualmente lograron calar la idea de frustración, hasta hacerla colectiva, encontró chivos expiatorios de izquierda y derechas, los explotó hasta casi el exterminio, no importó jamás la verdad, solo importó el móvil, ningún derecho.

No olvidemos que más de alguno llega al poder defendiendo la idea de la democracia, pero luego, la corrompe e impone el miedo, siempre el miedo, como la sombra que proyecta largamente hasta el más fracasado de los lideres; el miedo se convierte en sustrato cotidiano.

Por lo tanto, si se quiere re politizar la ciudadanía, tendrá que hacerse a partir de re mirar y depurar su historia, re construir.

Si se quiere avanzar hacia alguna parte, se tendrá que hacer sabiendo que hay un costo no menor, hay que  asumir que la verdad implica desnudar las mentiras, deconstruir discursos y levantar la simpleza de la honestidad.

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