De Pinochet a Piñera

Jorge Gómez Arismendi
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Con su trágica e inesperada muerte, el expresidente Sebastián Piñera culmina, sin quererlo, la que era probablemente su misión más importante en términos políticos: dotar de un nuevo relato a la derecha chilena. Su muerte infortunada, inesperada y al parecer también heroica, así parece indicarlo pues, como sucede generalmente, cuando alguien muere, sobre todo de modo fatídico, los defectos que toda persona puede tener van quedando ocultos tras el realce de lo que los vivos consideran como virtudes. Así, es muy probable que surja, en términos políticos, una figura arquetípica del expresidente Piñera.

Con la muerte, en general, somos expiados de nuestros errores y bajezas. Es así como en ese proceso emocional surgen popularmente las animitas, por ejemplo. Y también las figuras que se vuelven míticas en términos políticos. Así, el aplauso que a veces se le hizo esquivo a Piñera en vida, ahora se manifiesta con fuerza mediante la espontánea congoja popular ante su triste fallecimiento.

El contexto presente también ayuda a ese proceso de mitificación. La gente hace balances y comparaciones respecto a un ahora y un antes, manifestándolos abiertamente, sin miramientos. No es necesario contratar empresas de publicidad ni asesores comunicacionales. Ante lo que las personas se manifiestan es ante una incipiente evocación arquetípica del expresidente, lo que va adoptando un aire de sacralidad en medio de emociones de desazón o sorpresa.

Frente a lo anterior, es probable que algunos sectores de la izquierda intenten, con total deshonestidad, igualar a como dé lugar a Piñera con Pinochet. Se les hace necesario dar continuidad a la dicotomía entre el dictador y el mito referencial de la izquierda, el expresidente Salvador Allende. Con eso intentan invalidar moralmente a sus actuales adversarios, aunque muchos ni siquiera sean pinochetistas en sentido estricto. Pero no podrán hacerlo.

Piñera no sólo fue opositor a Pinochet, sino que fue electo democráticamente en dos ocasiones y cuando gobernó no creo una CNI ni una DINA, ni nada por el estilo. Tampoco ordenó campos de detención ni centros de tortura. No hay una Caravana de la Muerte con Piñera. Tampoco se prolongó en el poder más de lo que establecían la Constitución y las leyes, y, por el contrario, entregó el mando a sus poco leales opositores, quienes en momentos álgidos no dudaron en azuzar el embate violentista en las calles, con tal de hacerlo caer por las malas. El propio ministro de Justicia de Gabriel Boric, Luis Cordero, dijo que "estaba igualmente comprometido con la estabilidad, con la continuidad democrática, con intentar darle una solución pactada a esa crisis".

Así, mientras el Presidente Gabriel Boric aun busca su referencia mítica en Allende, sin considerar su inevitable carácter dicotómico. Piñera, sin quererlo, de forma arquetípica podría ser la referencia a una política basada en consensos, en el respeto irrestricto a la institucionalidad y una gestión gubernamental profesional y responsable en favor del bienestar general. La reconstrucción después del terremoto de 2010, el rescate de los 33 mineros y el manejo de la pandemia serán la vara con que se mida a los futuros gobernantes. ¿Volverá la centroizquierda a vindicar la figura de Patricio Aylwin como su referente? ¿Lo harán con Lagos en vida?

La figura arquetípica de Piñera, además, podría convertirse en la referencia para una forma de gobernar que permita a Chile recuperar la senda que dio al país 30 años donde hubo alto crecimiento económico, por tanto, más oportunidades y mucho menos pobreza extrema, junto con amistad cívica y paz social. Algo que los chilenos comienzan a extrañar con creces en estos días. Todo, además, en contraste con una política imperante basada más bien en la discordia, el faccionalismo, la demagogia, el narcicismo y la polarización.

Así, con su muerte inesperada, Piñera se ha impuesto definitivamente a Pinochet. Incluso a Jaime Guzmán. Ahora la derecha se puede liberar definitivamente de la figura del dictador y puede construir una nueva épica a la cual anclarse, sintetizada en la figura arquetípica de Sebastián Piñera.

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