De vuelta de la nueva Meca

Jorge Gómez Arismendi
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El viaje de Camila Vallejo a China no fue un asunto del gobierno de Gabriel Boric, sino un asunto del Partido Comunista chileno. La presencia de la ministra en la gira presidencial marcó el inicio de un giro discursivo del PC, donde La Habana deja de ser su tradicional Meca y es reemplazada por Pekín. Por eso, sin sonrojarse, Vallejo defendió el modelo autoritario chino, de partido único, apelando al crecimiento económico y la modernización.

La nueva santa sede comunista está en Pekín. Eso explica que la defensa e idealización del modelo cubano, hecha con ahínco y hasta el ridículo por los comunistas chilenos hasta hace no tan poco (en 2019 todavía decían que era una democracia superior), será reemplazada rápidamente por la promoción del modelo chino.

Las jóvenes dirigencias comunistas, como Camila Vallejo o Karol Cariola, no le deben nada a somníferos dirigentes cubanos como Miguel Díaz Canel. Con el oligarca de Fidel Castro muerto, se les hace fácil este gesto de pragmatismo. Por eso la apostasía en desmedro de la antigua santa sede cubana no les genera ninguna contradicción. Así, de vindicar la pobreza del pueblo cubano como si fuera un ejemplo de dignidad revolucionaria, pasarán a vindicar el autoritarismo modernizador chino que, tal como dijo la propia Vallejo, "logra incorporar el libre mercado y el comercio en una estrategia política orientada".

La noción de estrategia política orientada es la clave en esto. Porque el giro radica en que lo que cambia es la justificación que encuentran para la dictadura del partido. En el caso de Cuba, justificaban la dictadura apelando al imperialismo. Ahora, la justifican aludiendo a la estrategia política orientada. Esto se hace evidente en la declaración de Camila Vallejo, donde no le complica ni alude a la indudable ausencia de libertades civiles y políticas del modelo chino.

Camila Vallejo da a entender que, al igual que a Deng Xiaoping, ya no le importa si el gato es negro o blanco mientras pueda cazar ratones. Es decir, producir crecimiento y riqueza. O sea, ahora no le importa que exista una especie de capitalismo autoritario, con un número importante de súper ricos, mientras el poder siga en manos del Partido Comunista. Porque impone su estrategia política orientada. Un fin para todo el resto.

Pragmatismo dirán algunos. Un neoliberalismo rojo podrían decir otros. En esto radica el dilema para todos quienes creen que la libertad política y económica debe ir de la mano en una sociedad. Esto porque, con sus dichos, Camila Vallejo intenta instalar dos cuestiones claves. Primero, retoma el viejo discurso de inicios del siglo XX que prometía, bajo la férrea dirección del partido, superar a los países capitalistas en cuanto a bienestar material y tecnológico. Segundo, intenta blanquear la propia historia del comunismo.

En cuanto a lo primero, Vallejo le otorga el mérito del salto económico chino al partido y no a las medidas tomadas en favor del desarrollo de mercados competitivos como los incentivos a la inversión extranjera y la privatización de empresas estatales. Eso se entiende si consideramos que el mismo partido gobernaba China antes con efectos desastrosos. No es el comunismo como ideología el que ha generado el milagro chino.

Respecto a lo segundo, la ministra se olvidó de la triste e inhumana historia del comunismo en China. Sólo entre 1958 y 1962 murieron 45 millones de chinos por causa de los trabajos forzados, la violencia y la hambruna producida por la colectivización, bajo la dictadura comunista de Mao. En 1989, mientras se cimentaban las reformas económicas de Deng Xiaoping, que dieron paso al auge de China en la actualidad, el Partido Comunista chino llevó a cabo la brutal matanza de estudiantes en la plaza de Tiananmén, en vivo y en directo.

¿Qué intenta instalar con sus dichos Vallejo? Es claro que la ministra parece considerar resultados económicos y crecimiento como más importantes que la democracia, la libertad política y el pluralismo. Parece no importarle si el gato es negro o blanco mientras pueda cazar ratones. Con un detalle no menor, siempre y cuando el poder total esté a manos del Partido Comunista.

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