La democracia está bajo ataque a nivel global. El Index de Democracia del Economist Intelligence Unit registró el 2017 como el peor año para la democracia a nivel mundial. Y eso que aún no se mide el 2018.
En Brasil, Jair Bolsonaro, candidato favorito de extrema derecha para ganar las elecciones presidenciales, ha amenazado con represalias al destacado diario Folha de Sao Paulo, tras la publicación del periódico de un reportaje revelando que empresarios estarían financiando una campaña contra el Partido dos Trabalhadores (PT) del candidato rival Fernando Haddad. La periodista autora del reportaje de la Folha ha sufrido amenazas personales.
Paralelamente, en EEUU diversas figuras del Partido Demócrata, incluyendo el ex Presidente Barack Obama, Bill y Hillary Clinton, y medios de comunicación como CNN, que han sido reiteradamente atacados por el Presidente Donald Trump, recibieron paquetes explosivos que, afortunadamente, no estallaron.
El presidente estadounidense, luego de un formal llamado a la unidad, responsabilizó a los medios de comunicación por la ira de la sociedad.
El populismo, ya sea de derecha o izquierda, campea desde EE.UU. a Italia, de Polonia y Hungría a Venezuela, en tanto un columnista del Washington Post fue asesinado en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul, bajo circunstancias que el gobierno de Riad no atina a explicar convincentemente.
Y en Chile ya hay aspirantes a Bolsonaro.
Por eso, urge que desde las fuerzas de derecha hasta la izquierda comprometidas con la democracia y los derechos humanos, juntemos voluntades para resguardar nuestra democracia de los demagogos, del populismo, del “vale todo” en la política.
Igualmente importante es impedir la desconfianza creciente hacia las instituciones y sus autoridades. La desconfianza ciudadana generada por escándalos de corrupción, inseguridad ciudadana, desigualdad y abusos, falta de crecimiento económico y empleos dignos, requiere reformas y es un desafío para la calidad de la política y para la democracia.
En la era digital, donde la lucha política se da cada vez más en las redes sociales con medias verdades o derechamente con mentiras o “fake news”, el diálogo y la unidad de los demócratas se hace cada vez más imperativo.
Pareciera que en la formación de la opinión pública influyen crecientemente los llamados a las emociones, a las creencias arraigadas, y a los temores, por sobre la razón y los hechos.
La pos verdad conlleva rabia y descontento contra supuestos enemigos como los inmigrantes, los musulmanes, los burócratas, los diferentes.
El problema es que necesitamos un sentido de comunidad, de lo colectivo. Las redes sociales, como decía Zygmunt Bauman, pueden crear un “sustituto de comunidad”, ya que uno puede agregar o borrar amigos, pero el diálogo y la acción real conlleva interactuar y trabajar acuerdos con gente que piensa distinto a uno. Ese es un desafío urgente para Chile.
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