“Chile despertó” ha sido la consigna que explica y conduce el movimiento social que ha puesto en jaque el confort del Gobierno, de la clase política y de la sociedad civil.
El proyecto de restauración democrática pos dictadura, llamado majaderamente transición, fue efectivamente sostenido como un “sueño” cómodo y reparador, después de las largas jornadas que cerraron las décadas de los 70’ y 80’.
La estabilidad transicional, económica y política generó indicadores de bienestar que posicionaron a Chile como un “oasis” en el concierto latinoamericano y ejemplo a escala global sobre el valor de los grandes acuerdos y el fortalecimiento de la institucionalidad democrática.
Ser “jaguares” fue el éxtasis de la actividad onírica de la que abruptamente Chile “ha despertado”.
Pero el sueño no ha sido tan confortable como ha creído, particularmente la elite chilena. Como en el cuento de Hans Christian Andersen, “La princesa y el guisante”, bajo la capa de colchones, un guisante perturbó el reposo de la sociedad chilena durante los últimos 30 años: la justicia en la medida de lo posible, el pacto de silencio, el abusivo rol de la empresa privada en la distribución de servicios y bienes, el incremento del patrimonio negativo de las personas, los privilegios y la desconexión de las agencias políticas de representación, una larvada corrupción y criminalización institucional, y el largo etcétera que, disperso y des jerarquizado, sostiene la vocería heterogénea de la calle.
Como en la película de Amenábar “Abre los ojos”, el sueño se volvió pesadilla, como el titular que informo que anciano da muerte a su mujer y se suicida por precarias condiciones de vida. Catrillanca y el montaje, destrucción de recursos y zonas de sacrificio. La caída del cura Poblete y la crisis de las iglesias. Suma y sigue.
“Despierta Neo” reventó las pantallas de la matrix y repuso la incertidumbre por el dominio de lo real y lo ficcionado. Chile se durmió en Sanhattan y despertó en las ardientes brasas de Maipú.
Lo que motiva esta reflexión es un temor. En la película ganadora del Oscar de 1990 “Despertares”, un grupo de pacientes catatónicos despiertan tras permanecer durante un largo periodo de vigilia, aunque desconectados de su entorno, y tras una breve jornada, vuelven a “dormirse”.
Tras mayo del 68 se impuso el conservador Pompidou. Tras la Revolución de las Flores, Nixon. Tras el fervor del PT en Brasil irrumpió Bolsonaro y su discurso y acción ultraconservadora, financiado y promovido por transnacionales de ultraderecha.
El bloqueo en el Congreso Nacional a la construcción de mayorías efectivas que modifiquen sustancialmente el escenario, la desconexión de los partidos con el movimiento social y la general despolitización de la sociedad chilena, hacen previsible un pronto retorno al estatus quo previo a la movilización.
Pero seguramente, si Chile nuevamente se duerme, esta vez en los laureles de la revuelta y se “evade” en el temor a la ruptura y la confrontación, el sueño será menos pacífico del que acabamos de salir sobresaltados.
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