Es demasiado recurrente que en vísperas de elecciones políticas, se discuta sobre el financiamiento de las campañas; que si las empresas pueden o no aportar recursos para los candidatos; que si ello solo puede ser efectuado por personas naturales; que si es responsabilidad de los propios partidos o del Estado, etc. Las propuestas se multiplican, pero el tema continúa generando controversias cada cierto tiempo, sin llegar a una solución satisfactoria ni definitiva.
Ante lo anterior, cabe preguntarse ¿cuál es la finalidad principal de ese dinero que tanto preocupa a los políticos y sus partidos? Se supone que es para destinarlo a propaganda electoral, es decir, para llenar calles y avenidas con coloridos carteles, espectaculares gigantografías, elegantes palomas y horribles rayados murales que nos recuerdan el nombre de los candidatos o nos muestran su mejor sonrisa… pero de ideas programáticas bien poco.
¿Sirve de algo esto para captar el voto de los electores? ¿Es posible considerar como un argumento político el rostro maquillado de un candidato?
Seguramente, muchos publicistas e imprenteros, que son los principales beneficiados de este sistema, podrían argumentar ampliamente sobre la importancia y necesidad de contar con material propagandístico como el señalado, aunque, si lo pensamos bien, para que un ciudadano responsable otorgue su voto a un candidato determinado, es absolutamente necesario que sepa qué piensa sobre materias específicas y cuáles son sus propuestas para mejorar lo que no está bien. Y, definitivamente, eso no se logra mediante el material propagandístico con el que ensucian nuestras ciudades.
Para que un ciudadano decida responsablemente a quién dar su voto, es indispensable que conozca el pensamiento, las propuestas y proyectos del candidato, qué competencias posee, quiénes lo respaldan, cuáles so sus valores, etc. Y esto se puede saber mediante entrevistas, foros, debates, bases programáticas escritas, para lo cual los medios de comunicación, especialmente la televisión, son los más apropiados.
Por lo tanto, bastaría con destinar unos cuantos espacios televisivos para que los candidatos (todos los candidatos) expongan sus planteamientos sin caer en discusiones absurdas o descalificaciones personales que no conducen a nada bueno.
A lo anterior podría añadirse la publicación, anunciada con la debida anticipación, del programa político completo en un diario de circulación nacional. Todo lo demás sobraría. Algo así no se ve tan difícil de lograr ni tan oneroso de financiar. De paso, estaríamos subiendo el nivel de la política en nuestro país, que tanto lo necesita.
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