Un dirigente de agrupaciones mapuche sospechaba de la premura con que se había determinado la responsabilidad de cuatro carabineros como autores o participantes en el asesinato de Camilo Catrillanca cometiendo otros delitos conexos. Yo me alegro de la premura, porque eso demuestra que cuando la autoridad quiere que los agentes del Estado respondan, lo puede hacer.
Y si no lo hizo antes en tantísimos casos y aun hoy con los pendientes de derechos humanos es porque ha faltado voluntad, diligencia, inteligencia y sensibilidad, a lo menos.
Como bien se decía en el panel matutino de Cooperativa, para tapar la verdad se movió buena parte de la estructura local de Carabineros, llegando al punto de mentir a sus superiores, lo que le costó el puesto al Intendente. Es decir, esto es parte de una política institucional, probablemente no escrita, pero ya instalada durante tantísimos años, en la impunidad.
Si observamos solamente las noticias publicadas en los medios será suficiente como para horrorizarse por los crímenes cometidos por funcionarios policiales y dejo afuera a los que prestaron servicios en la DINA primero y la CNI después.
Lonquén, Cuesta Barriga, Casablanca, los secuestros de la DICOMCAR, los asesinatos de tres dirigentes comunistas degollados, el maltrato reiterado de los detenidos en sus comisarías especialmente en las épocas de la dictadura, otras muertes de mapuche en plena democracia, el carabinero de civil involucrado con los encapuchados, la muerte de un vecino de Valparaíso, un joven en Ñuñoa y otro en Barnechea.
Y a todo eso y más que no recuerdo por ahora, deberá agregarse la enorme listas de delitos comunes, que vienen desde los asaltos a farmacias en los años 80, hasta el fraude vil cometido por personal de más alto nivel, pasando por numerosos casos de asaltos, venta de armas, falsificaciones de documentos, detenciones arbitrarias, por solo mencionar lo que la memoria tiene en sus bordes inmediatos.
Veo con entusiasmo que el ministro del Interior y quienes aun le obedecen se la estén jugando en este caso, con una disposición y diligencia que él mismo no mostró antes, incluso en las épocas de Pinochet al mando, porque de ese modo se podrá marcar un hito sobre lo que uno puede esperar de la derecha democrática en trances tan delicados.
La muerte de Catrillanca debiera ser el límite de lo que la sociedad puede tolerar de su propia policía y los que dirigen el país, tanto el gobierno como los partidos políticos, no pueden perder esta oportunidad para modificarla tanto como se pueda.
Por cierto, no son TODOS los policías, sino que se trata de una política general, de una orientación aceptada y tolerada, que debe ser modificada de raíz.
No es posible que esto continúe y la tarea no es solo del ministro del Interior, sino de todos quienes quieren contribuir a que nuestra sociedad sea mejor. Es difícil conseguir las metas de seguridad en la sociedad, cuando los encargados de ella cometen delitos y los protege un manto de impunidad. Parece ser que ese tiempo anuncia su final. Todos lo esperamos.
Cuando cayó Carlos Ibáñez el año 31 los carabineros no se atrevían a salir a la calle de uniforme. El 1 de agosto de 1985, cuando se supo que carabineros eran los autores del crimen de Parada, Guerrero y Nattino, el pueblo se tomó las calles y la policía no reaccionó.
No queremos policías acorralados ni policías criminales, sino rescatar el espíritu con el que fue creada la institución y ponerla al servicio de la sociedad.
Que Carabineros vaya a su función preventiva y de orden público, dejando el trabajo policial (investigativo) a otra institución y el trabajo militar a las Fuerzas Armadas.
Y que la justicia actúe con todos los responsables con la misma dureza y minuciosidad de otros casos.
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