En medio de la grave crisis política que atraviesa el país, se masificó por las redes sociales un llamado a escuchar la canción “El derecho de vivir en paz”, del brutalmente asesinado artista nacional Víctor Jara, al inicio del toque de queda decretado por la autoridad militar para la ciudad de Santiago.
A partir de esta situación, se han difundido diversos videos en los cuales hemos podido presenciar la irrupción de la música en este contexto particular.
Por ejemplo, la emisión a todo volumen de la canción en los alrededores del Teatro Municipal, la de un saxofonista anónimo en medio de las silentes calles, y las de un sinnúmero de personas particulares que desde su propio entorno contribuyeron con esta acción.
Así mismo, hemos visto la interpretación del himno nacional de Chile por una orquesta de jóvenes en medio de las protestas y, dos de las imágenes más increíbles: la de un hombre ejecutando un arpa dentro de un bus quemado y una cantante interpretando su música hacia las calles desde la ventana de su edificio.
A partir de estas experiencias quisiera comentar dos cosas.
En primer lugar, acerca del rol de la música en medio de esta legítima reivindicación social y brutal represión militar. Es sabido que la música nos entrega un marco de sensibilidad común que nos permite exteriorizar nuestras emociones, ilusiones, frustraciones y rabia.
Más que nunca, es en estas situaciones extremas cuando la música nos facilita una voz, un canal de expresión para nuestras demandas y anhelos.
Es por eso que, según ciertos preceptos artísticos del siglo XIX, la potencia sensibilizadora del sonido por sí misma era la única capaz de representar de manera más profunda aquellos aspectos del mundo interior del ser humano que no eran factibles de expresar por medio del discurso.
Es decir, estas manifestaciones espontáneas de la población interpretando o escuchando música son un modo sensible de representar las emociones emanadas a partir del justo clamor que tiene a nuestro país en levantamiento, por lo que son de vital importancia.
Todo lo anterior no debe hacernos olvidar, y esto como segundo comentario, que, dentro del medio musical chileno, así como de la mayoría de la sociedad nacional, existen un sinnúmero de situaciones de precariedad que afectan a los trabajadores musicales, las cuales son reflejo de la brutal construcción capitalista que ha permeado todos los ámbitos de desarrollo social.
Por ejemplo, hace no mucho tiempo se desvinculó a una gran cantidad de trabajadores del Teatro Municipal; la infravaloración económica de la práctica de la música desde una perspectiva profesional, en contraposición a una supra-valoración absurda de festivales y músicos que vienen articulados bajo grandes empresas económicas.
Por otra parte, el ejercicio de la docencia musical en academias e incluso universidades se efectúa la mayoría de las veces sin las condiciones de estabilidad laboral mínima necesarias para la realización profesional de la actividad.
De igual forma, los presupuestos para la actividad musical en la mayoría de las corporaciones culturales son mínimos y, en algunos casos, deben utilizarse bajo un prisma de interés comercial que por lo general minimiza el impacto de la cultura y la excelencia artística.
Así mismo, el increíble desbalance en la oferta musical de calidad que existe entre las diversas comunas de Santiago, lo que no es más que el reflejo de la división sectorial a partir del poder económico.
También, las políticas cortoplacistas que invaden la conformación de la mayoría de los concursos de fondos públicos para la realización de proyectos artísticos … y así una larga lista de condiciones que convierten el ejercicio de la música casi en un acto de valentía y resistencia al modelo.
He querido en estos comentarios poner en valor la vital función que cumple la música en nuestras vidas, además del gran poder que tiene para conectar nuestras sensibilidades y animarnos a seguir adelante, especialmente en este momento.
Y, al mismo tiempo, aprovechar la instancia de poner sobre la mesa las condiciones actuales que caracterizan el ámbito laboral y académico de los músicos.
Que este momento histórico sea también un llamado, entonces, a reafirmar nuestras convicciones referentes a nuestro rol en la sociedad y a transformar nuestros espacios de vinculación y desarrollo en función de una dignidad extremadamente necesaria.
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