¿Gracias Ministro?

Un destacado académico y columnista asume el riesgo -según él - de ser linchado en las redes sociales por agradecer públicamente la labor del ahora ex ministro de Salud Jaime Mañalich para enfrentar la pandemia del COVID-19. En otro escrito publicado en las redes sociales y aparentemente redactado por un importante ex ministro del presidente Patricio Aylwin, se leen también palabras de agradecimiento e incluso loas a la labor desempeñada por Mañalich desde que el mentado virus literalmente aterrizó en Chile.

Lo cierto que el ex ministro no es sujeto de agradecimientos. Esto basado en dos variables. La primera es simple. A don Jaime se le ofreció un trabajo, el de ministro de Salud, y él lo aceptó. Este trabajo incluye, entre muchas cosas, el enfrentar crisis sanitarias. O sea, en términos prácticos, el señor Mañalich no hizo sino cumplir con su trabajo, por el cual fue más que adecuadamente remunerado.

Pero la segunda variable es la más importante. El trabajo para el cual fue convocado fue tan mal hecho que ahora las estadísticas posicionan a Chile como uno de los países en que peor se ha enfrentado la pandemia, esto a saber por las cifras comparadas por millón de habitantes.

Jaime Mañalich desestimó hasta el último día de su administración las advertencias y propuestas de especialistas y centros de estudio nacionales y extranjeras. Ni siquiera tuvo oídos para considerar las propuestas de quienes fueron convocados por el propio gobierno para colaborar con el enfrentamiento de esta catástrofe.

Todas las medidas adoptadas bajo su período o fueron tardías o simplemente malas. Me refiero por ejemplo a las primeras cuarentenas sectoriales y por cierto a las tardías cuarentenas totales; a la negativa de incorporar desde el comienzo a la salud primaria dependiente de las municipalidades; a los cambiantes mecanismos de conteo de contagiados y fallecidos y a su sistemático afán por convencernos que íbamos bien encaminados, esto último manejando las cifras con dudoso rigor científico, lo que ha sido demostrado entre otros por la periodista Alejandra Matus y CIPER Chile.

Peor aún, gracias a él fuimos al menos en dos oportunidades el hazme reír en el mundo por tener la esperanza de que el virus se convirtiera en buena persona y por contar a los muertos como recuperados del virus.

Todo lo anterior acompañado siempre de un estilo que además de arrogante, prepotente y bélico (esto último a saber por las muchas veces mencionadas guerras, batallas y enemigos poderosos) y de confrontación constante con la opinión disidente, sólo produjeron confusión, falsas expectativas y desconfianza en la población. Lo anterior tristemente respaldado a ciegas por el presidente de la República y sus equipos de asesores, quienes se arrodillaban ante la opinión de este disque máster en epidemiología.

Probablemente, el ex ministro quiso adoptar políticas que fueran lo más consistente y fieles con sus personales creencias ideológicas. Lo que no consideró es que esas políticas, similares a las adoptadas por gobiernos de las mismas tendencias, hasta ahora tienen a Estados Unidos, Brasil e Inglaterra entre los más golpeados por la pandemia.

El señor Mañalich no es sujeto de agradecimiento alguno. Por el contrario, es sujeto de enjuiciamiento tanto político como jurídico, pues no sólo no hizo bien su trabajo, sino que incluso habiendo asumido tanto que los modelos matemáticos que él estimó adecuados se le cayeron como castillo de naipes, que no conocía la realidad de hacinamiento de la población chilena y que a pesar de haber declarado que el país estaba preparado para administrar más de cuatrocientos mil contagios pero que con menos de doscientos mil ya estamos al borde de un desastre de mayores proporciones, él nunca cambió de línea de acción.

Su renuncia, haya sido voluntaria o solicitada, es hasta ahora una posible solución para un anhelado cambio de rumbo. Veremos en unos días cómo se dan las cosas. Pero lo cierto es que al final del día, la entrega, esfuerzo, dedicación y vocación de servicio público en un ministro de Estado, es lo mínimo que uno espera de la labor de alguien que aceptó ese trabajo y por lo tanto es su deber comportarse y actuar a la altura del cargo.

Malamente entonces se puede agradecer al alguien por hacer lo que le es mandatado hacer y que encima lo hace mal.

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